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Los filósofos Platón y Aristóteles tenían esclavos. El pintor Caravaggio era un matón asesino. Los escritores Edgar Allan Poe y Rudyard Kipling eran consumados racistas, al igual que el científico Nikola Tesla . La escritora y feminista Virginia Woolf y su círculo despreciaban con ferocidad a los (y las) pobres, al igual que Emilia Pardo Bazán. El filósofo Heidegger apoyó al nazismo. De Charles Chaplin se sospecha con fundamento que estuvo involucrado en un homicidio. Lo de Michael Jackson da grima y de Woody Allen se dicen cosas.

Tal vez uno de los casos más sangrantes sea el de Michel Foucault , padre y gurú del pensamiento posmoderno. Foucault, quien era abiertamente homosexual (y el primer famoso fallecido de SIDA en Francia), ha sido acusado por su colega universitario Guy Sorman de abusar sexualmente de numerosos niños de entre ocho y diez años, a los que compraba con dinero, en la excolonia francesa de Túnez. Foucault se hizo famoso, entre otras cosas, por denunciar el colonialismo, incluido el mental, y sobre todo, por denunciar las instancias de poder que controlan los cuerpos. Al parecer, no se aplicaba a sí mismo sus propias críticas.

Racismo, machismo, xenofobia, homofobia, clasismo, pederastia y crimen, sí. Pero, ¿qué hacemos con ellos? El nuevo movimiento juvenil estadounidense Woke (los «despiertos», pero que coinciden bastante con los que aquí llaman «ofendiditos») se dedica a pasarle la lupa –o el microscopio– a la historia y al día a día, en busca de feos defectos y errores ajenos, y en los ratos libres pintan y derriban estatuas. Y bien está saberlo todo de los próceres, bueno o malo, pero buscar los fallos morales ajenos desde nuestra propia perspectiva histórica y social actual no resulta riguroso. Un ejercicio radical de limpieza retrospectivo nos dejaría sin historia, sin cultura, sin pasado, sin identidad. Casi toda nuestra conducta actual será políticamente incorrecta algún día, quizás criminal, víctima de las modas, gustos y nuevos valores y sensibilidades, como la propia posmodernidad foucaultniana nos enseñó. La de los Woke también.

Sólo queda una opción, más bien triste: quedarnos con lo bueno de la obra y conocer y lamentar lo demás. En realidad es la vieja y simple transacción de siempre, cutre y poco satisfactoria, pero no queda otra.