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Debido a lo que ya saben, se está hablando tantísimo de cómo serán las cosas «después» que a uno le invade la sensación de que el futuro tendrá que ser mucho más largo para albergar todos los cambios que se avecinan. Bromas aparte, es evidente que no están los tiempos para aventurar mucho futuro, por lo que quizás convendría escudriñar algo en el pasado a fin de no caer en muchos de los errores cometidos. Fijémonos en ese turismo de sol y playa que hemos estado vendiendo años y años, y en uno de los que se puede considerar como pionero del mismo, Pedro Zaragoza Orts , espabilado falangista que en 1950 llegó a la alcaldía de Benidorm. El hombre consiguió convertir un pueblo de 1.700 habitantes que vivía de la pesca y la venta de boñigas en uno de los municipios que cuenta con más rascacielos de Europa. ¿Cómo lo hizo? Bueno, básicamente recurriendo a trucos que convertían planes urbanísticos en todo un Plan General de Ordenación Urbana. Su Benidorm empezó a funcionar, primero a nivel nacional y más tarde acogiendo a turistas del norte de Europa que, oh escándalo, paseaban por la orilla en biquini. La cuestión llegó a tal punto que desde el arzobispado de Valencia se amenazó a Pedro Zaragoza de excomunión. Sin arredrarse, nuestro hombre se plantó en El Pardo, convenció a Franco del aluvión de divisas que suponían sus planes, y volvió triunfante y católico a Benidorm. En resumen, lo hecho por Zaragoza, aunque con menos huevos, responde a la misma táctica empleada por los hoy considerados magnates turísticos. Y así tenemos el turismo que nos merecemos.