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Las infantas Elena y Cristina aprovecharon su viaje a los Emiratos Árabes para encontrarse con su padre, Juan Carlos de Borbón . Allí, y como ya había hecho él con anterioridad, se inyectaron la vacuna china Sinopharm, desarrollada con una tecnología más tradicional que las vacunas de ARN mensajero –como Pfizer y Moderna– y la adenovirus AstraZeneca.

Ciertos inmunólogos prevén que esta vacuna, a pesar de ser menos sofisticada y barata que las occidentales, podría adaptarse mejor para combatir las nuevas variantes de la COVID-19. Por lo visto, utiliza el material genético completo del virus, mientras que las de ARN mensajero, por ejemplo, toman la información solo de la proteína S, justo en la que se están produciendo mutaciones.

Con estos datos de fiabilidad en la mano, y al margen de ideologías y de patriotismos varios, las Infantas pudieron aprovechar la oportunidad de inmunizarse en el extranjero sin esperar su turno en España para conseguir una vacuna desarrollada y fabricada en Occidente.

Por ello, pienso que el principal interés de la minicrisis que tuvo lugar en España cuando se conoció que los parientes del rey Felipe VI se vacunaron no es noticia en sí misma. Lo que interesa saber es por qué razón las Infantas optaron semiclandestinamente por la vacuna del gigante asiático. Más importancia doy a que Estados Unidos no deja de expresar su «preocupación» por el papel que juega su principal enemigo comercial y, también, porque la vacuna de las Infantas aún no está disponible en Europa.