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Es conocida la importancia del sector agropecuario de Lérida, hasta el punto de que en sus lonjas se deciden los precios del porcino y las frutas dulces en los mercados españoles. Lo que uno ni siquiera sospechaba es que Murcia, que también tiene su buena huerta y todo lo demás, pudiera convertirse en el eje, algo desengrasado, eso sí, de la política nacional. Para que luego los haya que digan que la España periférica apenas cuenta. Pero ciñámonos a lo de Murcia, tierra cuya mera evocación me trae la figura del siempre añorado Federico Trillo y su gran afición a cocinar el plato regional por antonomasia, los michirones, un contundente guiso de habas. Bien, a lo que íbamos. Este país vive últimamente como en constante grito caribeño, lo que proporciona a cada día momentos de cierta emoción menor. Porque no nos engañemos, hablar de terremoto resultaría excesivo, dejémoslo en traqueteo nacional; qué quieren que les diga, el país no da para más. Y tampoco hay para quejarse en exceso ya que diversión sí que la hay. Sin ir más lejos, si uno se imagina la descolocada expresión que puede lucir Pablo Iglesias en caso de perder su pugna con Isabel Díaz Ayuso y quedar relegado a su escaño en la Asamblea madrileña, es para herniarse de pura risa. Con la personalidad desbordante de la que suele hacer gala Iglesias –que tenga motivos o no para ello es capítulo de otra serie–, verse relegado a un impersonal escaño, dicho sea con el respeto que me merece cualquier institución madrileña, faltaría más, sería una cosa de ver. Madrid es España, como gusta de proclamar Díaz Ayuso y, claro, Murcia también. Que siga el traqueteo.