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En política se suele funcionar por ciclos. Sobre todo electorales. Cuando un partido está inmerso en uno depresivo es casi imposible que pueda revertirlo. Lo único que cabe hacer es esperar. A que el adversario meta la pata hasta el fondo, cosa que no ocurre casi nunca, o que, como norma general, vayan mutando las circunstancias hasta que la fase adversa acabe. Grosso modo es así y aunque cueste de aceptar, así funciona la cosa. Los dirigentes de los grandes partidos lo saben.Por eso cuando las cosas les vienen mal dadas raro es el que apueste por algo más que aguantar. 

A mediados de los años noventa los altos cargos del PSOE balear y del nacional intentaban convencer a los periodistas con los que departían que la abstención que les había perjudicado tanto a partir de 1993 y que generó la victoria en Baleares por mayoría absoluta -la primera vez en solitario– del PP en 1995 y en en el cojunto nacional en 1996 la de José María Aznar por minoría -aunque alcanzó el Gobierno mediante pactos – podía revertirse a corto plazo y que, de hecho, sabían como conseguir que “vuelvan nuestros votos” porque, en el fondo, se habían “explicado mal” y que habían “aprendido la lección”. Estas excusas son clásicas en política. Las usan todos los partidos. Por supuesto los periodistas que tenían un poquito de experiencia se mondaban de la risa -no ante sus caras, claro – porque sabían que era una fantasía que ni ellos mismos se la creían. Nunca más se supo de aquellos votantes que huyeron del PSOE. Pasaron muchos años, 9, hasta que el ciclo depresivo socialista finalizó. 

Ahora el PP se encuentra en su particular período negativo. Haga lo que haga le saldrá mal y sus dirigentes saben que tienen entre escasas y nulas opciones de alcanzar el poder en las próximas elecciones generales. Por eso se agarraron con tanta fuerza a la disparatada posibilidad de que Pedro Sánchez pudiera caer por la pandemia. Nunca ha existido tal opción, por mucho que haya acreditado su absoluta incompetencia. De hecho, ahora, cuando va a aprobar los Presupuestos Generales del Estado, Pablo Casado y compañía han entendido que el socialista se mantendrá en La Moncloa toda la legislatura -ya ha invertido un año, casi, de ella – a no ser que avance las elecciones, lo cual lo hará en el momento en el que crea que más le beneficia, si bien es cierto que dado el fracaso de igual operación en noviembre de 2019 se lo va a pensar muy mucho antes de repetirla. Las anticipe o no, de lo que no hay duda es de que ha domado la legislatura y que la tiene a sus pies. Más aún, nada permite pensar -y éste es el quid del asunto de la fase depresiva del PP – que no vaya a renovar la mayoría que le da apoyo desde la moción de censura de hace ya casi dos años y medio. 

En efecto, para el PP todo son malas noticias. Igual que les pasaba a los socialistas de hace 25 años hay ahora dirigentes conservadores que hablan de la “recuperación” de los votos que tuvieron hasta 2011. No lo dicen en serio, porque no son tan tontos. Bien saben que no volverán en número significativo. Su temor es que como siempre le pasa al principal partido de la derecha, su fase depresiva sea bastante más larga de lo que lo son las socialistas. En cualquier caso saben que para volver a La Moncloa tienen que generar otros votos, nuevos, que les aúpen al poder en el futuro. Como hicieron en su día los socialistas. Pero eso, y también de ello son conscientes, no se hace en un año ni en una legislatura. Teniendo en cuenta que es el primer cuatrienio legislativo de Casado, el futuro inmediato apunta a una buena temporada en la oposición. 

Hoy por hoy el panorama que se abre ante el PP es el de una fragmentación como nunca del derechismo, contrastado por un creciente fortalecimiento de la posición socialista tanto por sus apoyos populares directos como por sus soportes parlamentarios, que los tiene cautivos, pues ninguno de ellos preferirá jamás -con la única potencial excepción del PNV que, por cierto, va viendo con pavor que pierde su preciada condición de as parlamentario para el PSOE, aunque esto no se completará por ahora – a Casado antes que a Sánchez. 

Los dirigentes del PP, en fin, saben que esta situación les deja sin opciones de ganar el poder tras las próximas elecciones generales, sean cuando sean, y esto es así no por lo que uno quiera creer,pensar u opinar sobre el Gobierno y/o la oposición sino por una cuestión de aritmética parlamentaria posible y, luego, por la aplicación de la geometría política. Una y otra favorecen al PSOE.Dicho de otra manera: el PP está inmerso en una fase depresiva muy aguda de la que saldrá en algún momento pero de la que por ahora no se ve el final. Por eso tanto la cúpula conservadora como todos los medios de comunicación derechistas de Madrid, la inmensa mayoría, han reorientado las invectivas hacia el Gobierno incidiendo en éstas a modo de ariete contra “el antiguo PSOE”, al que instan a rebelarse contra Sánchez so pena de lesa traición. Con el resultado, patético, de que no llega nia media docena de viejas glorias de los ochenta y principios de los noventa las que así se han manifestado. Como si Felipe González y Alfonso Guerra pintaran algo todavía en el PSOE. Este “antiguo” PSOE ya conspiró contra Sánchez y se lo cargó en 2016 para ser aplastado por la reacción contraria de las bases en 2107. Es éste el PSOE que cuenta hoy. No el otro, que ya dejó de existir hace tiempo. 

En resumen: el PP está en plena depresión y a menos que ocurra algo explosivo o que Sánchez se suicide -que no es descartable dado que le gusta apostar siempre al límite y es obvio que eso tiene altos riesgos – lo lógico en los próximos años es que el Gobierno mejore sus expectativas a partir de la vacuna y la normalización de la vida ciudadana a lo largo de 2021 y, sobre todo, en 2022, que la recuperación económica a base de enormes cantidades de dinero público permita un respiro general y que el PSOE sea el partido que más réditos obtenga, entre otras cosas por el nada desdeñable voto cautivo de cientos de miles de ciudadanos de muy poco poder adquisitivo con la vida subvencionada -al estilo socialista andaluz-, con el resultado global que, al tener como vasallos a todo el resto de la izquierda y el nacionalismo, sea imposible para la derecha desalojarlo del poder tras las próximas elecciones. Así que o cambian mucho las cosas a peor -que no parece posible, dado lo mal que ya estamos – o tenemos Sánchez para rato. Un rato de unos siete años, al menos.