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El gobierno de Pedro Sánchez ha prohibido al rey que vaya a un acto del Consejo General del Poder Judicial en Barcelona.Y se ha montado la marimorena. Se comprende, porque es la primera vez que trasciende un veto tan bestial al Jefe del Estado por parte del presidente del Gobierno. La historia tiene -al menos – cuatro consideraciones posibles, todas ellas relevantes para el interés político general. 

La primera es que el episodio deja en evidencia la condición de la jefatura del Estado. O sea, que el rey no tiene margen de actuación propia. El Gobierno le controla de forma absoluta tanto su agenda oficial como los discursos que hace. Y está bien que sea así y no sólo porque lo diga la Constitución sino porque a Borbón no lo ha elegido nadie mientras que todo Gobierno es electo por los representantes de los ciudadanos. Está fuera de duda dónde estaría la legitimidad democrática en caso de que hubiese un choque entre las dos instituciones. Además, también está muy bien que los ciudadanos sean conscientes de esa gradación. Durante décadas se ha procurado, con interés cortesano tan ridículo como anacrónico, que no se evidenciara pero ya es hora de que sea de público conocimiento, tal y como ha quedado claro ante todo el mundo por lo de Barcelona. 

La segunda consideración es la de la desfachatez de Pedro Sánchez. Su gozosa falta de lastre ideológico y político multiplicado por la ausencia de escrúpulos y principios le permiten conducirse de una forma nunca vista en un presidente. Se permite incluso humillar, como ha sido el caso, al rey. Servidor ya ha analizado muchas veces su desprendimiento absoluto de todas esas cortapisas que han condicionado bastante a sus antecesores en el cargo. Sin embargo él, al estar libre como ningún otro presidente, hace lo que quiere y gracias a la incapacidad de la oposición no encuentra acotaciones a su voluntad. Lo que le da una proyección política insólita en la España democrática. Se deja notar también en lo del inicio de la tramitación de los indultos a los independentistas, la reforma legal para liberar a los que no se indulte y el estudio de cómo conseguir que Carles Puigdemont pueda volver a España. El arrojo de Sánchez es tanto que no conoce límites. 

En tercer lugar, lo de Barcelona y Borbón no hace más que confirmar por enésima vez que a Sánchez lo único que le preocupa es mantenerse en la presidencia cómo sea, con quién sea y a costa de quién o qué sea. Es fascinante observar como este hombre miente a todo el mundo – sobre todo a los ciudadanos -, no sabe lo que es aguantar una opinión dos días seguidos, tiene disociación de identidades políticas – por fuerza su psique debe tener algo especial, si no sería imposible – que le permiten asegurar una cosa y su contraria argumentando que es pura coherencia, traicionar a derecha e izquierda, ser un incompetente – más que José Luis Rodríguez y Adolfo Suárez, que ya es decir – y sin embargo salirse con la suya, al menos hasta ahora. 

Y la cuarta consideración, inevitable, es la constatación de la impresionante victoria política del independentismo. La humillación que ha infringido Sánchez a Borbón ha sido un regalo a sus socios secesionistas. Aunque mucha gente no quiera darse cuenta, el independentismo está ganando mucho terreno en estos últimos tres años -desde la farsa del supuesto “referéndum” y todas las demás escenografías de la “república” catalana – gracias al Gobierno central, primero por la incomprensión de Mariano Rajoy de lo que estaba aconteciendo en Cataluña y ahora por la colaboración de Sánchez. No obstante, la posición del presidente socialista no deja de ser pragmática. Sabe que lo del separatismo no tiene solución, que la imagen internacional de España está cayendo bajo tierra en todo este asunto y que la justicia europea desarmará la venganza política que -retorciendo al Estado de Derecho – se ha llevado a cabo contra los líderes “indepes” que delinquieron. Sánchez es consciente de que sólo se puede embocar el problema catalán de dos maneras: por la fuerza o por la política. Él ha optado por la segunda porque -seamos sinceros – la primera no parece que sea posible. Y en su día presentará como una victoria que el separatismo se rompa en al menos dos partes gracias a él -lo cual será indudable - y que por tanto la independencia de Cataluña se aplace - si el independentismo se mantuviera unido sería imposible evitarla excepto, ya se ha dicho, mediante la fuerza – hasta un día futuro en el que él ya no será presidente y, por tanto, le importa una higa lo que entonces pueda ocurrir.