TW
0

La derecha intenta con desespero centrar en la campaña electoral el miedo a la tradicional desmembración de España, el recurso más visceral que siempre ha usado para amedrentar al PSOE. Y le ha funcionado. Hasta ahora.

Hay que reconocer que Pedro Sánchez no se deja apocar como lo hicieron en su día Alfredo Pérez, José Luis Rodríguez, Joaquín Almunia, Felipe González… En efecto, todos los líderes socialistas anteriores al actual tenían asumido en lo más profundo que si dejaban entender a su electorado que una sola parte de la demonización antiespañola que le lanzaba la derecha era cierta podía considerarse derrotado de antemano. Por eso nunca el PSOE cuajó en la política que desplegó la ideología pretendidamente federalista e incluso confederalista que defendió en algunos momentos, por no hablar del reconocimiento del derecho de autodeterminación que asumía antes de 1977 para Cataluña y País Vasco.

Y ese mismo complejo está en el origen de la conspiración en contra de Pedro Sánchez que Susana Díaz lideró en el otoño de 2016. Al verse forzado a dimitir a la sazón, pareció que el PSOE recuperaría la forma tradicional de enfrentarse a su incongruencia seminal, la de defender en teoría una cosa pero hacer otra en la práctica.

Con el renacimiento de Sánchez, que ha supuesto la liquidación política de Díaz, González, Rubalcaba y etcétera, todo cambió. Este nuevo PSOE no es el viejo y no padece sus complejos. Le quedan, es verdad, resabios de su “prudencia” histórica, por ejemplo los relacionados con el ultraderechista catolicismo organizado, ante el que sigue acobardado, o al respecto de la decrépita monarquía basada en la corona inventada por el dictador Franco, a la que a pesar de declararse republicano todavía sostiene. Sin embargo por lo que atañe a la cuestión territorial, que es el debate político más importante, con diferencia, de España, su falta de obligación para con los líderes del pasado y las manos libres de las que goza, tras haber sofocado la conspiración interna, le otorgan la capacidad resolutiva del conflicto catalán como jamás se había dado –en potencia- en ningún anterior presidente del Gobierno.

Que está dispuesto a intentar la solución al conflicto catalán mediante la política se evidencia cuando en esta campaña le intentan afear que no diga que no pactará con los independentistas, o que no se comprometa a no indultar a los políticos separatistas juzgados… y él ni siquiera se digna a contestar. Son síntomas de su determinación. Y le da igual que la derecha insista en la cancioncilla tradicional. A él no le afecta. Veremos qué ocurre en las urnas, pero si Sánchez consigue ser investido, podemos estar por primera vez ante la posibilidad de un acuerdo de salida digna para ambas partes –no de solución, pues ésta no existe- que pueda servir para conllevarse durante unos pocos años más, no se sabe cuántos, quizás media docena o una decena, antes de que Cataluña pueda independizarse con garantías.

Es evidente que Sánchez y ERC ya han pactado algún mínimo de interés compartido. Lo dejó en evidencia Joan Tardà, cuando en declaraciones a La Vanguardia afirmó que “no habrá independencia por ahora, pero tampoco podemos seguir igual”. Ahí está la clave. Lo que se ha negociado y que se seguirá negociando si Sánchez gobierna tras las elecciones. Alguna fórmula que permita satisfacer un mayor, mucho mayor autogobierno catalán, con aspectos blindados –lengua catalana, financiación ad hoc, transferencias de competencias estratégicas como aeropuertos, entre otras…- y simbología tendente a la consideración nacional de Cataluña al margen de España. Este futuro acuerdo a medio plazo sólo está empañado en potencia no por la derecha –pues, como se ha dicho, sus hiperbólicas advertencias sobre la desaparición nacional no afectan para nada a Sánchez- sino por el ultranacionalismo, o sea por el movimiento de Carles Puigdemont. Si éste consigue ser de nuevo esencial el 28 de abril, es posible que juegue al bloqueo y toda la estrategia de Sánchez se derrumbe. No obstante, si no es decisivo o bien si –menos probable- pactara con los socialistas, entonces sí que estaríamos ante una situación política que podría conducir al pacto de salida para el conflicto catalán.