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Si uno lee la prensa barcelonesa y madrileña sobre el juicio que se desarrolla en el Tribunal Supremo a los dirigentes independentistas catalanes sólo puede concluir una cosa: que vive en mundos paralelos, cada una en el suyo, en los que la respectiva verdad no está contaminada, ni un ápice, por la realidad. Y ambas visiones se ofrecen a sus particulares lectores de forma rotunda y absoluta, sin matices de ningún tipo. Lo suyo es blanco o negro. El mundo dividido, en fin, entre los buenos – los nosotros – y los malos – el ellos -, lo que unos se llaman constitucionalistas y los otros soberanistas, los separatistas y los unionistas, patriotas contra patriotas – que nombre más terrible, qué triste tiene que ser padecer tal condición - de patrias que querrían ver enfrentadas.

Algunas veces se ha echado mano de la comparación histórica entre esta aberrante forma de hacer política que se ha generalizado en España y la misma que se daba en este país durante la Segunda República, que no era desigual a la que en las otras democracias se estaba llevando a cabo a la sazón y que lo que hacía en todas partes era carcomer el sistema gracias a la acción de comunistas, fascistas y ultranacionalistas que, al modo de termitas, llevaban a cabo la destrucción de los regímenes liberales. Gracias a tales totalitarismos, Europa vivió las dictaduras y las guerras por todos conocidas. 

No, no es la misma situación, afortunadamente, si bien no cabe ninguna duda de que la tensión provocada por el conflicto catalán está pervirtiendo no sólo la política democrática sino también la impartición del Derecho, retorciéndolo por interés político evidente, aunque no pueda decirse – es una exageración demagógica excesiva – que en nuestro país haya presos políticos. 

Si uno consulta prensa extranjera se da cuenta – aunque sea, como servidor, a través del ‘translate’ famoso, una maravilla alucinante de la tecnología – del contraste brutal que existe entre ella y la nuestra – sea ésta madrileña y/o barcelonesa -. Ahí afuera, donde no se padece en general interés parcial – alguno habrá, pero anecdótico -, se informa y se analiza con bastante mayor objetividad y deontología sobre el juicio y el conflicto político catalán. Y es curioso observar que los foráneos tienen claras dos cosas: que no habrá independencia ni tampoco solución judicial. Contrasta esa lucidez con la bruma nacional que retrata nuestra pasión ilógica, visceral y terrible, la de siempre. El tópico que vuelve y que no por serlo deja de ser cierto.