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El proceso separatista catalán se ha convertido en una especie de laberinto las salidas del cual se han reducido a dos. Al menos así lo explican los iniciados en la cosa secesionista. Una, que no tiene vuelta atrás posible y que por tanto “España” sólo podrá parar la independencia por la fuerza, sea en el grado que sea ésta; así que la salida uno es conseguir la separación de forma rápida o que se impeda violentamente. Dos, que al final no habrá más remedio que bajar velas pero al menos hay que aprovechar la ocasión para dejar a “España” en evidencia ante los países que interesan, mostrándola como un estado que impide el ejercicio democrático, así “sembrando” para el futuro, es decir conformarse ahora con migajas –financiación, trato de hecho bilateral, etc.- y esperar que el contexto internacional y nacional cambie al menos lo suficiente para que pueda llegar a convocarse el referéndum pactado en un futuro a no muy largo plazo. Esta última teoría tiene a su favor que no parece lógico esperar que el gobierno de un país deje que un 20% de su riqueza se vaya unilateralmente. No ocurren estas cosas. Una ruptura sin consenso de todas las partes no se consigue excepto que sea con sangre mediante. Por tanto estaríamos ante un ejercicio táctico para ampliar el número de apoyos internacionales a la secesión catalana. Y que ésta de ser posible lo sería en otra fase más adelante y, por así decirlo, más madura en cuanto a ayudas de otros países. En Madrid creen que los separatistas no tienen cobijo político en ningún sitio, pero se equivocan. Es cierto que no son gobiernos –no podrían serlo de ninguna manera, por pura cuestión diplomática- pero hay cuadros dirigentes de partidos políticos mayoritarios de, como poco, Alemania, Estonia, Letonia, Lituania, Croacia, Noruega, Suecia y Holanda que comulgan al menos con las teorías de que hay que hacer un referéndum en Cataluña. Amén de más difusos apoyos en otros lugares, incluidos los Estados Unidos y Rusia. Una imposición negativa de Madrid sobre este ejercicio de voto popular reforzaría la idea, que sin duda existe ya, de que España tiene un déficit democrático por este lado. Y podría pasar, en este sentido, que a  medio plazo se dé una situación política interna –nuevas elecciones, un PSOE más proclive que nunca a los nacionalistas, Podemos como segunda fuerza, el PP más disminuido, más fuerza soberanista en Madrid…- que sumada la discreta presión internacional acabe por dibujar un escenario en el que sea posible la famosa consulta. La primera teoría es la rupturista inmediata. La que defienden los que creen que no cabe estar en España ni un segundo más del imprescindible para “hacer las maletas”. La explican gentes que no responden en absoluto al tradicional apelativo “radical” en ningún sentido ideológico o político, que en muchos casos ni siquiera han pasado por el nacionalismo y que han abrazado el separatismo al llegar a la conclusión de que “con España no hay nada que hacer”. Son, por decirlo de otro modo, aquellos catalanes a los que el ex ministro García Margallo suele invocar como ejemplo de "los hay que recuperar”. Muy tarde, se barrunta. Ignoro qué fuerza tiene ese segmente favorable a la independencia ya mismo. Sin embargo si vale de termómetro lo que dicen la mayoría de medios de comunicación catalanes no existe alternativa a la huida enseguida. Dan por hecho, y más después de los juicios, que lo único que puede impedir la independencia son los tanques, y que éstos “no llegarán porque Europa no lo permitirá”, me decía hace poco un empresario que vive en Barcelona. Es una idea ampliamente aceptada. En fin, quizá pronto se resuelva el laberinto catalán. O no.