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Donald Trump ya es el presidente electo de los Estados Unidos. Y medio mundo ha quedado estupefacto por la sorpresa. No hay para menos. Un tipo que ha hecho anuncios de todo tipo de productos, presentador de televisión, showman, empresario desastroso y, sobre todo, hábil vendedor de sí mismo... Bueno, aquí tuvimos a Jesús Gil, muy semejante, un visionario del futuro que tendría el populismo: personaje televisivo, empresario desastroso y especulador hábil que de haber vivido ahora a saber cuánto hubiera logrado en política.

El triunfo de Trump ha desatado una extraña reacción histérica en la cúpula de Podemos. No quieren que se les compare con su colega estadounidense. Donald Iglesias se pone de los nervios cuando Albert Rivera y Susana Díaz asemejan su partido al movimiento de Pablo Trump. No tiene por qué enfadarse.

El populismo es muy amplio, lo hay de derechas y de izquierdas, más acentuado en un punto ideológico u otro, pero todo él se define por pretender -falsamente- representar al “pueblo”, a la “gente”, a los de “abajo”... contra la “élite” perversa y corrupta. Esto es su elemento diferencial más importante. Y esto es así desde los albores teóricos del movimiento en la Rusia zarista, en los tiempos de Andrew Jackson en Estados Unidos, en los del Partido del Pueblo en el mismo país... hasta llegar a la eclosión del caso argentino de Juan Domingo Perón, a mediados del siglo XX.

Tras Perón, en síntesis, en América Latina se desarrolló un populismo de raíz supuestamente obrerista e inspirado en el peronismo que fue extendiéndose a partir de la caída de los regímenes militares que asolaron el continente durante los años cincuenta a ochenta. En Argentina es el justicialismo, en Venezuela el bolivarismo... Todos estos movimientos se hermanan por encima de sus diferencias locales en el discurso contra las élites y, en especial, en destrozar la economía de los países que gobiernan. En Estados Unidos e Italia el movimiento mudó luego, en los años noventa, a muy derechista, no sin invocar, empero, el bien del "pueblo" como norte de su actuación, por supuesto, y se centrifugó en los platós de televisión para catapultarse hacia un nuevo estadio evolutivo: tanto el Tea Party como Berluscuni fueron la concreción de este populismo más moderno. Diferente al latino en muchas cosas, pero igual en su esencia.

Trump ha bebido, como dice Susana Díaz, de esas fuentes, igual que lo ha hecho Podemos -aunque este partido además de beber ideología también ha bebido de otros impulsos venezolanos-, pues están hermanados por esa esencia del discurso ideológico: todos los populismos del mundo claro que están unidos en la lucha contra las élites, la libertad de comercio y contra no pocas otras libertades.

Así que las airadas reacciones desatados en Podemos por las lógicas comparaciones que se hacen con el movimiento de Trump no se entienden.