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A pesar del espectáculo político que vivimos en España, las competiciones deportivas internacionales de máximo nivel y los calores propios de la estación, una prenda de ropa ha adquirido honores de máxima atención mediática, al menos en la Europa mediterránea. El famoso burkini. Cuyo impacto trasciende el mero hecho de su utilidad. En Francia lo prohíben, las feministas anti judías lo reivindican como símbolo de liberación –no se sabe de qué-, la ultra derecha abomina de lo que considera una muestra de colonización, su creadora se regodea en el éxito y el debate se extiende y gana en intensidad. En los dos diarios digitales de la izquierda española es en donde mayor atención se ha regalado a la exitosa prenda de baño. Según la allí generalizada opinión del columnismo feminista, el bukini es un elemento de “rebeldía” ante el “machismo islamófobo”. Nada menos. Todo hay que decirlo: la inmensa mayoría de los comentarios que merecen estas opiniones en sus lectores son profundamente críticos y con un sentido común que huelga en los opinantes profesionales. Que se pueda prohibir que una persona se bañe en la playa vestida cómo quiera resulta inquietante. Aunque sea en Francia. No es lo mismo, por mucho que algunos ultras lo pretendan, que evitar mediante reglamento o ley ir desvestido cómo se quiera. No, en absoluto: la desnudez en lugar público no acotado a tal efecto no es lógica ni está aceptada socialmente. Sin embargo la mínima cobertura de las partes femeninas, ya se sabe cuáles, hoy en día nadie la ve mal, tanto si es a pecho descubierto, como suele ocurrir en Baleares y en otras playas españolas, como si cubierto, tal y como va suele ocurrir en otros países mediterráneos europeos. Tampoco nadie critica que las haya que deseen taparse de cuello a nalgas con generosos trajes de baño. Ni levanta reticencias las -todavía pocas- personas que se bañan vestidas con camisas anchas para evitar una inconveniente exposición al sol de su muy blanca piel, y luego se ponen otras –secas- para tomar el fresco, si hace, bajo la sombrilla. Ni a nadie se le ocurre invectiva alguna si un hombre se limita a tapar lo mínimo con un tanga, o con un ceñido bañador de nadador, o mucho más y sin moldear nada con el de pierna media y ancha, o con el largo extra y amplísimo. Así debe ser: que todo el mundo tome sus baños de mar cómo quiera. Y si es en burkini qué mal podría hacer. Ninguno. Ahora bien, que se pretenda decir que esta nueva prenda no implica ninguna carga ideológica es tan absurdo como pretender su erradicación legal. Y lo de suponerle la condición “rebelde” contra el “machismo", sea "islamófobo” o no, no sólo es una ridiculez sino que retrata la obtusa mente del calificador. Que cada cual disfrute del mar cómo quiera, dentro del orden establecido, pero que nadie nos quiera hacer comulgar con ruedas de molino ni con vestidos de baño para tapar totalmente, menos la cara y pies, a las mujeres –oh, qué curioso: no existe esta prenda para hombres, que aunque sean sarracenos pueden bañarse al modo occidental, qué rebeldía feminista más extraña, ¿no?-, ni perder de vista que la libertad se ejerce de muchas maneras pero que cuando alguien dice ser libre para vestirse –para baño o no- exactamente cómo dice que debe hacerlo su religión machista –sea cuál sea- está más que justificado dudar de su palabra.