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Es surrealista la que se ha armado con lo de Cataluña. El Parlamento catalán no ha declarado la independencia. Ha instado al gobierno de la Generalidad, en realidad al futuro gobierno que todavía no existe, a no cumplir las leyes españolas, en especial las interpretaciones que de ellas haga el Tribunal Constitucional, para ir sustituyéndolas con las propias que la Cámara irá aprobando. Es lo lógico. Si una parte de un país quiere separarse de éste no lo hace -nunca excepto en los casos canadiense y británico, aunque son sólo potenciales, hasta ahora al menos- si no es a la contra de las leyes del conjunto que no quiere cumplir. Claro, ¿cómo podría ser de otra manera? Cumpliendo las leyes británicas Estados Unidos no se hubiera independizado, ni la India, ni tampoco ninguna de las repúblicas centro y sudamericanas respecto de España, ni... En realidad siempre ha ocurrido de la misma forma. Así que es lógico que con Cataluña pase igual. Lo absurdo es plantear que las leyes que los separatistas no reconocen vayan a convencerlos de no ser lo que desean ser. Ahí ya entramos en el surrealismo más disparatado. Que es en el que están instalados en Madrid de su rey abajo todos. Es de chiste oír a Rajoy, Sánchez y compañía -con Borbón, según los medios monárquicos, ejerciendo discretamente: ¿el qué?- asegurar que la Constitución que los separatistas no reconocen puede ser la garante de que los separatistas dejen de serlo. No sé si Cataluña será independiente en año y medio o no. Lo que sí sé es que hasta ahora la postura que el todo Madrid destila está más cerca de lo que decían los “todo Madrid” del siglo XIX y XX inmediatamente antes de ir perdiendo sus colonias -de la última, por cierto, estos días se han celebrado los 40 años: el Sáhara que era tan español como Granada y al que bastó una manifestación, una sola, para dejar de serlo- que de la lógica política democrática de un país europeo del siglo XXI.