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Sin bancos privados no existiría la democracia. Porque al no existir éstos significaría que la financiación del bienestar, incluso del lujo y del consumo de la clase media no sería negocio, esto sería: no habría clase media. Y sin ésta es sencillamente imposible la existencia de democracia. Conviene tener esto en cuenta cuando se oyen voces demagogas contra los “bancos”. Así, a trazo grueso, sin atender a matices. El eslogan, el grito antibanco queda bien para ir a pasar un rato a manifestarse a la plaza de España pero no es ni será jamás un programa político realista. El problema, gravísimo, es que en efecto sea una oferta política y haya gente que, de buena fe, se la crea. No olvidemos que del mayor anticapitalismo que ha habido en la historia surgieron ya hace casi un siglo siniestros personajes como Mussolini, Stalin, Hitler e incluso nuestro Franco. No hay, en fin, anticapitalismo democrático. Pero dejemos esto por hoy. Por otro lado, el capitalismo y la libertad forman un delicado equilibrio que es muy fácil de quebrar. No puede ser, como ahora ocurre en nuestro país, que vayamos a recibir severas consecuencias por el rescate de la banca y que no haya banqueros responsables de este desastre ante los jueces. Sencillamente: no puede ser. No puede ser que pasemos en cuatro años del “sistema financiero más sólido del mundo” (según dijo el Gran Inútil Zapatero) a un sistema financiero que ha evitado la quiebra solamente por la intervención vía inyección de unos 100.000 millones (cantidad que nadie es capaz de imaginar siquiera) y no existan responsables. No puede ser. Y que nadie lo dude. Habrá consecuencias directas para todos de esta intervención. No seamos tontos: no pensemos que nos van a dejar –porque nos lo dejan al país, no a los bancos- 100.000 millones a cambio de simplemente devolverlos a un interés bajo. Habrá más recortes, más sacrificios. Lo decente –porque ya hablamos de esto, de decencia y no de política ni de economía- es que los responsables de este desastre den explicaciones ante los jueces.