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José Ramón Bauzá ha sido objeto últimamente de intentos de agresión, en forma de lanzamiento de objetos contundentes. Uno de los cuales hirió levemente a un escolta presidencial en la cabeza. No son formas de actuar a las que estemos acostumbrados, en Mallorca y en Baleares en general. Para algunos responde a un clima de crispación que ha provocado Bauzá con sus políticas. Para otros, se trata de agresiones de corte fascista. El presidente Bauzá tiene todo el derecho a hacer las políticas que crea convenientes. Tanto si estaban como si no en el programa electoral del PP para las elecciones autonómicas de mayo de 2011. Su gestión política única y exclusivamente puede juzgarla el pueblo mediante el voto, en 2015 o cuando Bauzá convoque a urnas. En democracia puede que no todo sea votar, pero cualquier demócrata tiene claro que solamente a través del voto se establecen las mayorías que forman gobierno. No hay otra forma. Por tanto, Bauzá tiene el derecho a llevar a cabo la gestión cómo quiera. Y si alguien cree que incumple alguna ley, pues a los juzgados. Y la gente que no esté de acuerdo, a manifestarse, si le place, tantas veces como quiera, que ya lo hace. A lo que no existe derecho alguno en una democracia es a agredir al que no piensa como uno mismo. Pero también es necesario reseñar que el ejercicio del derecho a gobernar cómo crea más oportuno quien ha ganado las elecciones por mayoría absoluta debería ejercerlo investido también de la mínima prudencia exigible en un presidente. Su actitud arrogante, incluso chulesca en no pocas ocasiones no es la mejor forma de mostrarse en quien ostenta la Presidencia del Govern. En su visita a Felanitx, hace unos meses, con sus formas altivas para con los críticos a su gestión, Bauzá selló un error gravísimo. Que ha repetido. Tiene todo el derecho a visitar tanto pueblos como quiera, faltaría más, pero también es cierto que como presidente tiene la obligación de exacerbar la prudencia para que ningún ciudadano corra riesgo alguno por sus actos. El derecho él lo tiene claro. De la obligación no estoy nada seguro.