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Está la ultraderecha nerviosa. Nunca vio con buenos ojos a Alberto Ruiz Gallardón, y que Mariano Rajoy le nombrase ministro de Justicia le escamó. Tampoco el moderado ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, es de su agrado, por su moderación y seguramente también por ser catalán, lo cual es por definición algo sospecho en el mesetario ultramontanismo cañí. No han tardado los ultras en reaccionar. Tres meses después de formado el gobierno ya ven conspiraciones, pactos secretos con los etarras, acuerdos subterráneos con el PSOE y demás consabidas traiciones. Rápidamente las falanges mediáticas de los defensores de la Unidad de Destino en lo Universal han ido tomando posiciones con el objetivo de intentar abortar cualquier atisbo de progresión en el final de ETA. Uno de los gurús de los ultras, Jaime Mayor Oreja, quien por cierto declara que “por qué yo tendría que condenar el franquismo” –diga que sí don Santiago y Cierre España- lo ha dejado muy claro: “no estamos ante el final de ETA”. Esta es la consigna. Ergo Rajoy va camino de sumarse los traidores de lesa Patria. Pero digan lo que digan los ultraderechistas, es evidente que afortunadamente el presidente del gobierno ha optado por –no había otro camino, claro está- la moderación, el sentido común, la lógica y la democracia. Todo conflicto armado –sea cuál sea su intensidad- siempre tiene en el momento de su superación el coste terrible de ver a desalmados caminando tranquilamente por las calles. Tras la dictadura de Franco, la familia franquista de Jaime Mayor no fue perseguida de ninguna forma. Ni ella ni ninguna otra, valga la precisión. Y fue este tipo de gente el que formó parte de la perversión de Franco que asesinó, persiguió, exilió, robó y encarceló a cientos de miles de españoles. Cuando acabó su asquerosa dictadura, se les hizo una ley de punto final, y así en lugar de estar ante jueces demócratas que les juzgasen y, en los casos condenados, les enviasen a justa prisión, muchos estuvieron en política durante décadas, como Manuel Fraga. Es asqueroso, pero así se hace la paz. Tras la Segunda Guerra Mundial, los alemanes que combatieron el nazismo –que los hubo y no fueron pocos- tuvieron que ver con infinito asco como millones de nazis tenían cargos políticos, empresas y, en fin, hacían vida perfectamente normal, como si no fueran ratas. Fue el precio de la paz alemana. Y así podría seguir hasta el cansancio. En todos los conflictos pasa igual. Y con el conflicto provocado por ETA pasará de la misma manera. Lo sabe bien Rajoy que está administrando con sentido común la lógica democrática en este final de la lacra terrorista. Por mucho que le pese a la ultraderecha así es y será.