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Esta vez salió cruz. Una fatídica tanda de penaltis privó al Real Mallorca de conquistar su segunda Copa del Rey. El Athletic Club, que buscaba con ansia el título, logró quebrar el estigma perdedor que le había acompañado en sus seis últimas finales y tocó el cielo de Sevilla. Agirrezabala detuvo el disparo de Morlanes y Radonjic lanzó fuera el suyo. Demasiado para que el equipo de Aguirre pudiera levantarse. Mucho antes de que la final se resolviera en una lotería, el Mallorca se mostró como un adversario solvente, incluso logró adelantarse en el marcador y cerrar la primera parte con ventaja.

El mayor desplazamiento

Al margen de aspectos estrictamente deportivos, la final de La Cartuja ha llevado consigo la mayor movilización de la historia. En este sentido, el Mallorca tiene motivos más que suficientes para sentirse orgulloso. Unos 20.000 aficionados han viajado a Sevilla, protagonizando un éxodo sin precedentes. Eso sí, el estadio estuvo prácticamente tomado por seguidores del Athletic Club, incluso en la zona reservada para hinchas del conjunto balear. Si cada club disponía de poco más de 20.000 localidades, es una obviedad que la gran mayoría de las entradas que gestionaba la Española de Fútbol (RFEF), organizadora del torneo, han acabado en manos rojiblancas.

Un proyecto reforzado

También es indiscutible que la cuarta final de Copa ha reforzado el proyecto iniciado temporadas atrás por la propiedad estadounidense. Tras una etapa complicada, la implicación de Andy Kohlberg y su gente ha elevado al Real Mallorca a todos los niveles. Sus logros deportivos, imposibles sin la aportación económica de sus accionistas, han resucitado y rejuvenecido a una afición que durante los últimos días ha dado muestras de una ilusión con escasos precedentes. No pudo ser, pero hay que dar las gracias. Gracias por hacernos soñar.