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El rapero Josep Miquel Arenas, más conocido como Valtònyc, ha regresado a Mallorca tras haber permanecido durante cinco años en Bruselas al haber prescrito la condena de tres años y medio de cárcel por los delitos de enaltecimiento del terrorismo, incitación a la violencia, apología del odio ideológico e injurias a la Corona en afirmaciones difundidas a través de sus canciones. Estas acusaciones no fueron compartidas por los tribunales de Justicia de Europa. Arenas, que se marchó en 2018, tiene aún pendiente, el 21 de noviembre, otro juicio en Sevilla, por los delitos de provocación para cometer un atentado y amenazas al haber animado a «matar a un puto guardia civil» durante un concierto celebrado en Marinaleda. Valtònyc llegó desde Barcelona acompañado por el activista y periodista Tomeu Martí y, previamente, había cubierto una parte del trayecto con el expresidente catalán Carles Puigdemont, que desempeña un papel clave en las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez.

Controversia y diversidad de opiniones.

Las canciones, expresiones y críticas difundidas por el rapero no suscitan indiferencia y también provocan controversia. Para unos es un referente de la lucha por la libertad de expresión y la dignidad política. En cambio, para otros es un malhechor al amenazar, difundir mensajes de odio e incitar actos violentos contra las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado, la Fiscalía y la Jefatura del Estado, o sea, la Corona. Para otro gran sector, sus letras son, simplemente, un tributo al mal gusto.

Libertad de expresión sin provocaciones.

La pena de prisión impuesta a Valtònyc por la Audiencia Nacional fue considerada excesiva por muchos. Las amenazas y provocaciones que vulneran el necesario acuerdo social, generando malestar y zahiriendo a personas e instituciones, tenían que haberse sustanciado con sanciones económicas. Libertad de expresión, sí, pero con algunos límites.