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Acaban de publicarse las últimas estadísticas del negocio editorial en España. Y arrojan, como ocurre desde hace años, cifras desorbitadas. 92.616 títulos nuevos llegaron a las librerías el año pasado, lo que supone 250 novedades cada día. Un lector compulsivo que aspirara a leerse un libro cada dos días, por ejemplo, podría consumir 182 al año. Un lector apasionado que devora un libro por semana se queda en 52. Los más tranquilos obtienen resultados mucho más modestos. Así que, ¿para qué se edita tamaño aluvión de obras? Especialmente si tenemos en cuenta que en España solo la mitad de la población lee de forma asidua y un tercio –16 millones de personas– confiesa que no ha leído jamás.

De esa bacanal editorial casi la cuarta parte son obras literarias para adultos (el resto es libro de texto, técnico, científico, etc), lo que supone unos 23.000 títulos. Las dedicadas al público infantil y juvenil suman más de 10.500. Aunque confieso mi ignorancia sobre el tema, sospecho que aquí se esconde alguna estrategia comercial del tipo «todo a cien»; aquellas tiendas chinas que se asentaron en España por millares durante unos años y en las que se vendían cien mil productos de todo tipo, de calidad dudosa y a precios ridículos, con la esperanza de vender miles para juntar algún céntimo en cada venta. Porque los autores que logran grandes cifras de ventas son poquísimos y, en cambio, hay miles que se conforman con tiradas de cien, doscientos ejemplares, que apenas sirven para cubrir costes. Hay, dice esta misma estadística, 3.132 editoriales. Me pregunto cuántas de ellas confían en vender unos pocos ejemplares de miles de títulos diferentes para reunir esos céntimos de los chinos para lograr la supervivencia de la empresa.