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El puerto de Palma continúa siendo una de las escalas preferidas en los itinerarios de los cruceros por el Mediterráneo. La excelente conectividad internacional del aeropuerto de Son Sant Joan es uno de sus puntos más fuertes frente a la competencia de otros destinos; cuestión que se añade a los atractivos innatos de la ciudad y Mallorca para los turistas. Sin embargo, la auténtica explosión de buques que recalan en las instalaciones portuarias en los últimos años ha obligado a una regulación para evitar la saturación de los puntos de atraque y el desembarco simultáneo de miles de pasajeros. Algunas medidas logran paliar el problema pero la solución definitiva todavía está lejos.

Efectos económicos.

La llegada de los cruceros a Palma, ahora más espaciada gracias al acuerdo de la patronal CLIA con la Autoritat Portuària, genera importantes beneficios económicos en la ciudad. La oferta complementaria y el comercio tienen en este segmento una demanda muy importante, incluso durante la temporada baja. Los cruceristas ayudan, sin duda, a la desestacionalización aunque ello no puede significar obviar el análisis de los costes sociales que se generan. Este es el centro del debate que de manera más o menos larvada continua abierto en las Islas.

Impacto medioambiental.

Las navieras están haciendo un enorme esfuerzo de modernización de la flota con buques más eficientes en todos los órdenes, en especial el medioambiental. Sin embargo, a la vista de los datos disponibles, todavía hay en servicio cruceros con una carga contaminante que ya no resulta admisible en los tiempos que corren. La Autoritat Portuària tiene que establecer protocolos que garanticen la salubridad de los residentes durante las escalas de estos buques y si es preciso, vetar su llegada a aquellos que no cumplan las especificaciones mínimas. Preservar el medio ambiente no tiene precio.