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El clima en apariencia prebélico entre Rusia y los países occidentales a cuenta de las maniobras militares rusas en las inmediaciones de la frontera con Ucrania –que se interpretan como un amenaza de invasión inminente– parece lejos de enfriarse. Estados Unidos encabeza una estrategia de máxima presión sobre Vladimir Putin para que aleje sus tropas con el anuncio constante de fuertes sanciones económicas, mientras la OTAN no deja de enviar refuerzos militares a sus miembros en la zona. El último movimiento ha sido solicitar la salida de Ucrania de todos los ciudadanos de la Unión Europea, petición a la que se ha sumado España.

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Biden aprieta

Desde la Casa Blanca se considera «inminente» la invasión rusa de Ucrania, incluso se plantea la posibilidad de que sea esta próxima semana, aunque desde Moscú se insiste en que no hay ninguna intención real en este sentido. Ayer tuvo lugar la última conversación directa entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia, Biden y Putin, respectivamente, aunque sin un resultado concreto. Todas las opciones, incluida la militar, siguen abiertas. En términos de legalidad internacional, la OTAN no podría intervenir directamente en el hipotético conflicto; Ucrania no forma parte de la organización y, por tanto, todo quedaría sometido a las eventuales resoluciones de Naciones Unidas.

Intereses territoriales y económicos

La vía diplomática para la desescalada tiene muchas dificultades para abrirse camino, los intereses que confluyen en el área son demasiado contrapuestos entre Rusia y Occidente. Moscú se siente amenazado con la pérdida de control sobre las exrepúblicas soviéticas, la mayoría de las cuales se decantan por la integración en la UE y la OTAN. Además entran en juego los intereses económicos vinculados a la explotación de materias primas y viejas reivindicaciones territoriales, circunstancias que conforman una endiablada partida que nadie parece saber como detener.