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La nueva normalidad que empezará tras la salida a la emergencia sanitaria, social y económica de la pandemia se está retrasando por los contagios de la nueva variante ómicron. Y se complica por un escenario económico lastrado por la inflación, con una escalada hasta el 5,6 por ciento, que erosiona más los salarios; por las tensiones en el transporte marítimo, por el incremento de costes y precios y por una crisis mundial de suministros de materias primas y componentes industriales. Las empresas manufactureras sufren las presiones alcistas y el desabastecimiento de materiales imprescindibles, como los semiconductores –ocasionando severos efectos sobre la automoción–, los equipos eléctricos, los materiales informáticos y electrónicos y la industria química. Y el sector agrícola-ganadero, golpeado por unos costes desorbitados, lucha por la supervivencia. Las organizaciones profesionales agrarias denuncian el encarecimiento de la energía, los fertilizantes y los piensos, que anula la mejora de los precios, acentúa el descontento general del sector, impide el relevo generacional y causa el abandono de explotaciones.

Se demora la nueva normalidad.

El 2022, que debía ser un año de recuperación, se presenta bajo el signo de la incertidumbre, con nuevos obstáculos. El análisis del Banco de España concluye que los estrangulamientos en las cadenas de suministros han contribuido a la desaceleración de la actividad industrial en la Unión Europea. Al mismo tiempo, constata la enorme dependencia de Europa en materias primas, energía y suministros, con un resultado que ralentiza la reactivación de la economía y el inicio de la nueva normalidad.

Los fondos Next Generation.

El exministro Jordi Sevilla advierte que «lo único claramente expansivo en los Presupuestos del 2022 será la fuerte inversión pública que pivota sobre los fondos Next Generation». Pero, ¿ cuándo llegará y a qué sectores beneficiará esta inversión pública con los fondos de la UE?