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A estas alturas de la pandemia sólo una parte residual de la ciudadanía balear ignora aún el peso específico de la industria turística en nuestro tejido económico y social. Los estragos provocados por la COVID–19 en los presupuestos de decenas de miles de familias residentes en las Islas han evidenciando más que nunca que sin turismo no hay bienestar. Una caída del caballo similar a la experimentada de unos años a esta parte por las patronales hoteleras en lo tocante al medio ambiente: sin paisaje no habrá turismo y mucho menos de calidad.

Principal atractivo.

Turismo y medio ambiente deberían ser dos conceptos indisociables. Así lo han entendido los ayuntamientos y los hoteleros del Llevant de Mallorca al observar que la degradación de playas como la de Son Servera y Sant Llorenç pone en serio riesgo el destino turístico, al verse amenazado el que posiblemente es su principal atractivo: un entorno natural único. Un caso extrapolable a la mayoría de municipios turísticos de Baleares.

Financiar la investigación.

El estudio pionero que el Govern desarrollará en Cala Millor para analizar la morfodinámica de las playas, frenar las constantes pérdidas de arena y garantizar el éxito de los procesos de regeneración responde a la exigencias, sobre todo, de las asociaciones hoteleras. Bienvenida sea la concienciación ambiental del empresariado turístico. Pero su implicación en la conservación de los espacios naturales debe ser decidida. No puede imputarse este cometido exclusivamente a organismos conservacionistas. La colaboración resulta indispensable más allá de posturas maniqueas. La investigación que seguirá procurando la postal idílica de Baleares necesita de una financiación que no siempre es correspondida por las administraciones públicas. Llegados a este punto, el sector privado debe poner de su parte. De su auxilio depende también el futuro de su negocio.