Tià Jordà, veinte años al frente de Circ Bover. | Pilar Pellicer

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Tià Jordà lleva décadas reinventando el circo, defendiendo una idea poética de su profesión, un desempeño natural entre la pista y la calle que conjuga ética y estética en pos de educar y entretener. El Circ Bover es su proyecto más reconocible, una compañía que bordea los 20 años de historia, con una hoja de ruta más internacional que la Coca Cola. Circaire es la otra ‘niña de sus ojos’, el Festival de Circ d’Alcúdia alcanza su novena edición desplegando una veintena de espectáculos locales, estatales e internacionales los próximos 3, 4 y 5 de mayo en diferentes localizaciones de Alcúdia.

¿Cuáles son las propuestas más relevantes del cartel?
—Tenemos propuestas muy potentes, como la de la mallorquina Marilén Ribot; Wes Peden, que ahora mismo está catalogado como el mejor malabarista del mundo, y también Nuye, un espectáculo de la compañía de circo catalana eia, Premi Nacional de Catalunya.

¿Cuáles son los principales desafíos del circo en el siglo XXI?
—Educar al público mostrándole las últimas disciplinas de circo. Antiguamente, en Mallorca, solo conocíamos el circo de carpa con animales, y esto ha cambiado. Hoy, nuestro objetivo es ir mostrando esos espectáculos que evidencian la dualidad de un circo apto para todos los públicos.

¿Cómo reciben al circo los niños de la generación digital?
—Bastante bien, aunque nos hace falta más público joven. Los niños con sus padres se lo pasan muy bien, pero encontramos a faltar público entre la franja de edad de los catorce y quince años hasta los veinte.

¿Cómo ha evolucionado el concepto de circo?
—La decadencia del sector le obligó reinventarse. Actualmente se nutre de otras artes escénicas, es más completo, hay teatro físico, danza y teatralidad. Y también cuenta una historia, sea a nivel crítica, reivindicativa o simplemente sentimental.

¿Sin esta reinvención, el modelo clásico de circo estaba abocado a su desaparición?
—Absolutamente. Incluso los mismos ayuntamientos eran cada vez más reticentes a contratarlos, porque lo dejaban todo revuelto y sucio y además estaba el tema de la sensibilización social con los animales.

Música, danza, acrobacias y teatro… Circ Bover ha perfilado un proyecto de circo muy concreto, ¿cómo lo definiría?
—Tenemos una producción creativa que no deja de evolucionar, nos gusta experimentar en cada espectáculo, y no tenemos miedo a estrenar shows que no sean comerciales. Además, trabajamos con estructuras de bambú que nos han hecho muy populares.

Tortell Poltrona afirmó que el circo sigue siendo un estilo de vida, ¿comparte su entusiasmo?
—Totalmente. Sobre todo cuando tienes carpa y una infraestructura itinerante. Es un estilo de vida que marca más que cualquier otro trabajo.

La sociedad ha cambiado mucho en los últimos años, pero ¿los valores del circo siguen siendo los mismos?
—Han cambiado un poco, hoy el mundo del circo está más comprometido con la actualidad, tiene un vínculo muy fuerte con lo que está pasando.

¿Cómo se aprende este oficio?
—En mi caso comencé haciendo teatro, pero me enganché a este mundo y me fui a estudiar un año a una escuela de Londres. De allí me fui a otra escuela de Cuba, especializándome en el clown y el trapecio, después estuve tres años de gira con el Circ Cric de Tortell Poltrona.

¿Qué papel tienen las artes escénicas en un mundo cada vez más digitalizado?
—Se dice que el campo de la inteligencia artificial nos ganará terreno, pero yo creo que no, la gente seguirá necesitando cosas reales, espectáculos en directo.