A sus noventa y un años, el mallorquín Salvador Miró conserva intactas sus facultades y una vitalidad impropia de su avanzada edad. | Teresa Ayuga

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La mejor forma de contar una historia es por el principio. Atendiendo a esta máxima, que algunos encontrarán una perogrullada, habría que indicar que Salvador Miró es un mallorquín con ascendencia catalana que desempeñó una exitosa carrera en la Marina Mercante, donde alcanzó el grado de capitán de navío. Por su retina han desfilado 91 primaveras de pura lucidez. Y es que basta un minuto en su compañía para tomar conciencia de su chispa y curiosidad. Es avispado e incansable como un druida, modelo de sabiduría ancestral. Le encantan los acertijos, resuelve problemas matemáticos, habla varios idiomas, tiene conocimientos de programación informática, diseña piezas que luego imprime en 3D y cuenta con su propio canal de tiktok. Su brío es pura vitamina C, una ilusión para quienes temen adentrarse en la Tercera Edad.

¿Por qué decidió enrolarse en la Marina Mercante?
—Mi padre tenía el hotel Cala Major antes de la guerra, pero ese trabajo no me tiraba... y como siempre estuve cerca del mar vi una salida en la Marina.

¿Cuáles fueron los destinos más exóticos que conoció?
—Poca cosa: Italia, Túnez, Marruecos... Me movía entre el Mediterráneo y el Norte de África.

¿Qué hecha más de menos de su periodo en la Marina?
—Nada (risas), con todos los temporales que sufrí ya tuve suficiente.

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Salvador Miró junto a su impresora en 3D, un ‘juguete’ que le entretiene durante horas.

Desarrolló su carrera en una profesión que está sujeta a muchas ideas preconcebidas... ¿es cierto que los marinos tienen un amor en cada puerto?
—Que va, no hay tiempo. Había que atender la carga y descarga, embarque de pasajes… Además, estaba complicado (risas), porque mi mujer cogía un avión cada viernes hasta el destino en el que me encontrase para pasar el fin de semana juntos.

Me han dicho que le gusta mucho resolver problemas matemáticos y acertijos…
—Sí, me gusta el álgebra, y eso que no fui muy buen estudiante en su día.

¿Cuántos idiomas habla?
—Puedo desenvolverme más o menos en inglés, francés e italiano.

¿Cuántas horas duerme?
—Pocas, me gusta ver la tele, suelo irme a dormir entre las 02.00 y las 03.00 de la madrugada.

Ha fabricado un reloj, programa en lenguaje Blender y diseña piezas que luego imprime en 3D… ¿qué le queda por hacer en esta vida?
—Me entretengo con cualquier tontería, nunca estoy aburrido. Siempre estoy haciendo algo, arreglo todo lo que hay que hacer en la casa.

¿Está conectado a la actualidad?
—Sí, sobre todo por la televisión. Creo que ahora la cosa está fatal, los políticos van a la suya y fomentan el desencanto entre la gente… no se preocupan de arreglar los problemas de verdad.

¿Qué es lo más tremendo que le ha pasado en la vida?
—Cuando tres contenedores de treinta toneladas cargados con cubas de aceite se fueron al agua, la mar se atravesó y en un balance se fueron a pique. Fue en la costa de Alcúdia.

Alguien tan moderno como usted, ¿escucha música en soporte analógico o digital?
—Me gusta mucho la música. Enchufo el móvil a la tele y me pongo música clásica y también boleros.

¿Y cuáles son sus artistas predilectos?
—Mozart, Los Panchos, Antonio Machín...

Cuando se sienta frente al televisor, ¿con qué contenidos disfruta más?
—La política me entretiene mucho, no es que esté muy politizado pero me gusta el ‘meneo’ que llevan… (risas).

¿Qué películas le marcaron?
—Casablanca y Lo que el viento se llevó, me gusta el cine clásico.

¿Qué libro le despertó el ansia de conocimiento?
—Nunca he sido muy lector, ni de joven.

¿Cómo le gustaría celebrar su centenario?
—Veo complicado llegar, aunque tengo que decir que superé dos meses en la UCI con la COVID…