El multiinstrumentista argentino Hernán Livolsi. | Pere Bota

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Todos hemos escuchado alguna vez que ‘la música amansa a las fieras’. Esta expresión tiene su origen en la mitología griega, concretamente en el músico y poeta Orfeo, quien con su forma de acariciar el arpa, acompañada de su delicada modulación vocal, podía aplacar la furia de las bestias. No hace falta apelar a su pátina fantástica para determinar que, en efecto, la música es un poderoso vehículo para la abstracción, así como un eficaz remedio contra la ansiedad y el estrés. Precisamente, en esos sonidos que brindan placenteras experiencias sensoriales se ha ‘doctorado’ Hernán Livolsi, reconocido multiinstrumentista argentino residente en la Isla, que acaba de poner en circulación su nuevo proyecto auditivo: Voyager, a deep musical experience. Un viaje musical con más de veinte instrumentos en escena, entre acústicos y electrónicos, con los que nos induce desde la meditación hasta el baile.

El artista recurre a instrumentos que escapan de lo convencional, «utilizo desde cuencos tibetanos, hang drum y flautas de los indios de Norteamérica y la India hasta percusiones del mundo», describe Livolsi. Pero, sin duda, uno de los pilares de su sonido es el didgeridoo –en la imagen principal–, se trata del instrumento de viento más antiguo del mundo, con unos 40 mil años. Tantos como la cultura de sus creadores, los aborígenes australianos. El didgeridoo es una interesante consecuencia de la primitiva cultura de los primeros habitantes de Oceanía, que consideran su sonido como la voz de la Tierra y, por tanto, hacen sonar este instrumento para comunicarse con ella. Livolsi no persigue un objetivo tan místico, tan solo pretende comunicarse con las personas, «mi música trata de conectar con las emociones», confirma.

En su espectáculo, el músico nacido en Mar del Plata despliega gran cantidad de variantes «que generan sonidos que te llevan a un sitio especial». No en vano, la expresividad del didgeridoo es de lo más peculiar: «Es un tubo hueco que se sopla por un extremo y produce un sonido profundo y constante», describe. También escapa de lo corriente el hang drum, un instrumento de acero con forma de ovni, de sonido etéreo y ensoñador, que ha sorprendido por su originalidad y capacidad de conexión instantánea con los oyentes.

Placer sensorial

A diferencia de la comercial, la música de meditación está pensada para adaptarse a ciertas prácticas y proporcionar el mayor placer sensorial posible. Estos sonidos nos pueden inducir a «elevados picos de relajación», como pueden hacerlo el discurrir de un río, el sonido de olas rompiendo o el repiqueteo de la lluvia. En Voyager, a deep musical experience, Hernán resume su experiencia «con todos los formatos musicales con los que he trabajado a lo largo de mis veinte años de carrera». Los shows de este disléxico severo, que ante la imposibilidad de estudiar música tuvo que desarrollar una técnica intuitiva, «algo común en el mundo holístico», se afrontan con diferentes temperamentos. «Suelen empezar con ejercicios de meditación y respiración, y luego la gente se va soltando para acabar bailando», relata. Menudo carrusel de emociones.