Emilio en una de las habitaciones de su casa, con parte de los trofeos y medallas conseguidos como deportista. | Click

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Emilio de la Cámara tiene 79 años. Nació en Jaén, pero vive en Palma desde que tenía 22 años, es decir, desde hace 57. En la actualidad está jubilado como pescadero del Mercat de l’Olivar, por lo que ha dejado de levantarse a las cuatro de la madrugada a diario, exceptuando domingos y lunes, para ir primero a la lonja, a la subasta, «dónde tenías que ser matemático y rápido a la hora de pujar, de lo contrario no conseguías lo que querías», y más tarde, deprisa, deprisa, a la piedra del Mercat, a vender pescados y mariscos. Eso, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, desde los 30 a los 74 años. Pero en lo demás, como atleta y árbitro de fútbol, sigue en activo. El pasado sábado arbitró dos partidos de alevines, pues ahora solo puede pitar partidos de fútbol base.

Pero como árbitro de fútbol, en Categoría Nacional, en Tercera División, estuvo una decena de temporadas –en un Barça-Rayo, con Pascual de árbitro, fue juez de línea–. «¿Que si tuve que salir corriendo alguna vez de un campo de fútbol de Tercera División? En más de dos. Eran tiempos en que los árbitros apenas teníamos protección, por lo que, a la mínima, el público invadía el terreno de juego, o un jugador te llamaba hijo de puta. Y yo, muchas veces, hacía que no le oía, de lo contrario debía expulsarle, con lo cual encresparía el ambiente, más si cabe. A parte de la grada, podría acarrear cosas peores».

La Valldemossa-Palma

Y en cuanto a atletismo… Pues bien, para hacerse uno a la idea de todo lo que ha conseguido Emilio como atleta, se debe visitar su casa y recorrer sus habitaciones, cuyas paredes, mesas, tocadores y mesitas, o sobre todo mueble que pueda sostener algo, no queda espacio para más medallas, trofeos, menciones, diplomas…

«En las paredes ya no caben más –señala la que tiene a sus espaldas, atiborrada de ellas–, por eso tengo que colocarlas donde me quepan y… Pues no lo dudes,    soy el atleta, a nivel mundial, con más trofeos y medallas ganados. Porque te aseguro que no hay nadie en todo el mundo que tenga tantos trofeos como yo. Ten por seguro que es así».

Al atletismo –confiesa– llegó por casualidad. «Un amigo tuyo –nos dice– Willy, el del gimnasio Michelangelo, organizó la carrera Valldemossa-Palma. Mateo Simó Fiol, que por entonces era el presidente del Colegio de Árbitros de Balears, pidió a tres árbitros que participaran y yo me apunté. No gané, pero quedé en muy buena posición, por lo que me dije que la próxima conseguiría ganarla. Y a partir de entonces, al margen del arbitraje, entrenando y corriendo, fui mejorando y ganando trofeos».

Los gastos, por su cuenta

En una pared cercana a la entrada de su piso, en dos marcos, hay veinte medallas, «ganadas en otros veinte mundiales que corrí en diferentes lugares del mundo, en las modalidades de 1.500 metros, 2.000 metros con y sin obstáculos, 3.000 con obstáculos, 5.000 metros y 10.000 metros… La primera gran carrera a nivel mundial en la que participé fue en 1995, en Buffalo (EEUU). No gané. Es más, ni siquiera quedé bien. Pero dos años después, en Urban (Sudáfrica), hice campeón, y de ahí en adelante, no paré. ¿Mi mejor carrera? Sin    duda, la del Mundial de 10.000 metros, celebrado en Newcastle. Y no solo por ganarlo, sino por ganarlo compitiendo con el mejor corredor de todos los tiempos, el pelirrojo neozelandés Ron Roberston. ¿Tú sabes lo que significó esa victoria para mi? Ese día tenía 56 años, y cuatro años después alcanzaría mi mejor forma, estaría tope, por eso gané y gané».

Lo curioso del caso es que Emilio, para competir, no solo se tenía que comprar todo el equipo, sino que también tenía que pagarse el viaje y la estancia allá a dónde tuviera que ir a correr, fuera Estados Unidos, el sur de África, Reino Unido, etc., «y todo nos lo organizaba, no la Federación de Atletismo, sino la Asociación de Atletas Veteranos Vascos. Ellos hacían todos los trámites referentes a viajes, estancias comidas, cenas... Y yo se lo pagaba». En nuestro recorrido, estancia tras estancia, pared tras pared, nos detenemos delante de una, y señala un trofeo. «¿Sabes qué es? –viendo que poníamos cara de ni idea, dice, sin poder disimular su orgullo–. Es el Cornelius Áticus, que me fue entregado por la anterior presidenta, Francina Armengol, por mi trayectoria deportiva. Para mi, sin duda, es uno de los mejores trofeos que he conseguido»..

Política

Le preguntamos si le gustaría ser conseller de deportes del Govern, o concejal de Deportes del Ajuntament, y asegura que no, que no es político ni está en edad, pero sí daría algún que otro consejo a quiénes rigen los destinos deportivos de la comunidad.

«Inculcar, ante todo, el deporte desde la escuela, desde niño, ya que el deporte te ayuda a superarte a diario, a ser ordenado, y a tener ganas de hacer cosas, ya sea estudiar, ya sea trabajar. Ya digo, promocionarlo, todo dentro de un orden, pero con ilusión y ganas».

No es que quiera barrer para casa, pero a Emilio le gustaría que Palma tuviera un museo del deporte. «Y no por mí, sino porque Palma, Mallorca, Baleares, ha dado muchos grandes deportistas de diferentes modalidades –tenistas, ciclistas, boxeadores, piragüistas, regatistas, judokas, motoristas, competidores de pesca submarina, culturistas, etc.–, y entre ellos, muchos campeones, muchas medallas olímpicas, con un equipo de fútbol, el RCD Mallorca, que jugó competiciones europeas, con árbitros de primera, incluso internacionales, con el Palma Futsal en competiciones europeas, con un equipo de voleibol, el Son Amar, que marcó toda una época. Eso sería bonito que quedara reflejado, sobre todo para que lo vieran los más jóvenes. Hace unos años, Miquel Vidal me pidió algo… Y yo le entregué las zapatillas, la camiseta y los pantalones con los que había ganado en Durban. Junto con otros trofeos, y otros recuerdos de deportistas, se abrió un pequeño museo, creo que en La Misericòrdia, pero que ahora está cerrado. Por lo que me pregunto ¿dónde está lo que cedimos con tanta ilusión? Para que estén por ahí, vete a saber dónde, metidos en una caja, o apilados en un rincón, que me devuelvan los míos, que los colocaré junto a los otros… De verdad, creo que Palma merece tener un Museo del Deporte, con trofeos y recuerdos de los cientos, miles de deportistas que han salido de esta comunidad. Porque somos muchos. Lo cual, para Baleares, es un orgullo, como también lo es por ser tierra de navegantes y constructores de barcos, por su historia en el campo de la agricultura, del calzado, o del turismo… Y de muchas más cosas. Sin embargo, la actual generación, y venideras, no solo no lo saben, sino que no tiene un lugar donde poder conocerlo».

Hace unos días comentamos en esta página lo bueno, y rentable que supondría convertir el edificio GESA en un multimuseo. Lo de ‘multi’, porque proponíamos que en él hubiera varios museos: el naval, el agrícola, el del humor, el de aperos de labranza, el de deportes, el de aparatos de radio, cámaras de cine, Nodo, etc. Todo muy nuestro... Pero parece que Cort está más por darle otro destino...