Lukas Grueter, al frente del Club swinger en Mallorca. | Pere Bota

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Lukas Grueter es suizo, como el chocolate, como los Rólex, como los mofletes de Heidi. Carece –eso sí– de chauvinismo. No le duelen prendas al reconocer que su país es más aburrido que un domingo sin dinero –aunque el dinero no sea, a grandes rasgos, un problema en este país centroeuropeo–. Abandonó su hogar en busca de emociones y se estableció en la Isla. De eso hace siete años. Como en Revolutionary Road, su matrimonio era el reflejo incompleto de su vida, «no era feliz, me sentía vacío». La pareja acabó disolviéndose. Pero tras la tormenta llegó la calma, y hoy me atiende risueño desde la penumbra melancólica de la barra del Elyxir Swinger Club, un local para adultos y, ejem, otras especies nocturnas.

El hall, con sus suaves luces, nos invita a entrar, pero antes hay que pasar el corte de Lukas. «La gente suele reservar antes. Si se presentan sin avisar les chequeo y si van arreglados y son educados les dejo entrar, sino se quedan fuera». Dentro divisamos un bar y algunas mesas para tomar algo, hacer la previa. Más allá hay una zona de fumadores, baños y unas duchas «para que los clientes se refresquen».

El resto del local cae engullido en la oscuridad. Es mediodía, aun quedan horas para que comience el carrusel, pero ya se intuyen las posibilidades de este club que recibe «a parejas que buscan jugar, experimentar». Llegan, se instalan, observan. Los contactos, las ‘exploraciones’, se dan en lugares menos expuestos. En la madrugada, las dark room (salones con sillones, camas y futones de diversas formas, donde la luz apenas es un recuerdo) son un trasiego de gente que viene y va. Pero, para eso, primero hay que animarse a entrar. «La mayoría de los clientes acaban pasando a la acción», advierte Lukas.

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El bar y sala principal de este club swinger.

Los clubs swingers suelen contar con cicerones, guías que antes de ingresar advierten sobre su funcionamiento. «Son reglas básicas de convivencia» que facilitan la concordia dentro de este local que en breve arrancará una sesión ‘aftersun’ los domingos. Están a escasos pasos de la playa… el sol del ocaso, un bañito y ¡a rockear en la party! Ya en el meollo, con las parejas tanteándose, la barra dispensando cubatas a discreción, y la gente difuminada por el salón principal, empieza la aventura.

El arco de edad oscila entre los 30 y 50 años. Asegura Lukas que el gremio ha cambiado mucho, «antes el público era mayor, y no tenía buena reputación. Ahora la gente es más joven, vienen chicos y chicas guapos y súper normales».