«Mis trabajos van de lo tangible a lo onírico, pero siempre desde un punto    de vista un tanto surrealista y positivo», asegura Vero Gil. | Teresa Ayuga

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Nada es tan profundo como la piel. Esta cita de Paul Valéry, el controvertido poeta francés, acudió a mi mente al embocar la salida del Espai Col·laboratiu ‘La Benzinera’, en Sencelles. Me acababa de asomar al universo onírico de Vero Gil, en cuya obra se detecta el gesto, la voluntad profundamente sensual y sugestiva, de adherir algo sobre una superficie, hasta que ambas cosas se funden en una misma dermis. A grandes rasgos, esa es la naturaleza del collage, técnica en la que se adentró hace más de una década «de forma autodidacta», y cuyos secretos desvela en sus talleres creativos.

El collage, gesto de ‘cortar y pegar’, tiene su entrada oficial en la historia del arte en la primera década del siglo XX, cuando de la unión de fragmentos que encarnaban distintas realidades el artista construía una nueva. Pablo Picasso, George Braque y Marcel Duchamp destacaron en esta técnica, aunque fue otro pope de la pintura moderna, Henri Matisse, quien en plena ocupación nazi le agregó un eslabón más a la correa de alimentación del collage. El pintor se refería a su técnica como ‘dibujar con tijeras’. Y ciertamente no se me ocurre mejor definición. Curiosamente, nuestra protagonista no cita a ninguno de ellos entre sus ‘mentores espirituales’, se inclina por creadores coetáneos, «gente más actual», aunque cuando le inquiero por los ‘clásicos’ no duda en señalar a la dadaísta Hannah Höch.

Un universo privado

Sus diseños van de lo «tangible a lo onírico», hilvanando una secuencia infinita de reflexiones, apuntes, observaciones de un universo privado que, tras su intervención, deviene universal. Consciente de que variedad es sinónimo de riqueza, Vero Gil ensaya diversos modos de enfocar sus talleres, sobre los que aplica técnicas como «el bordado sobre papel, las transparencias o trabajar a partir de fotos personales».

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Confiesa que uno de sus cursos más exitosos es el de «imprimir en una tote bag el collage del alumno». En cuanto a su papel como docente, asegura que en sus carteles, reclamo de los talleres, no le gusta anunciar ‘imparte Vero Gil’, prefiere identificarse como ‘acompañante’. «Tengo mi propia visión de la educación, y no es muy conservadora sino más bien alternativa. Las personas no somos recipientes que llenar, sino fuegos que avivar». En ese sentido, sostiene la artista –que también se desempeña como profesora de educación infantil–, que «la creatividad hay que potenciarla, estimularla… tienes que sacar el fuego que llevas dentro». Por este motivo revisa cuidadosamente los temas que propone a sus alumnos, consciente de que «si el material es bueno les abrirá la mente hasta el punto de que casi no me necesiten».

En cuanto a su obra, cuanto he podido ver no es sino un delicioso acumulo de papeles pegados, superpuestos y/o troquelados que desatan imágenes de un poderoso lirismo. Imágenes que resignifican su estado primigenio, desvelando una caligrafía que nada entre el realismo mágico, la cultura pop y lo retro, «pero siempre desde un punto de vista un tanto surrealista y positivo, muy positivo».