Pilar Fernández sostiene una bola para adulto de 8.5 kilos de peso. | Pilar Pellicer

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El sol atraviesa el cristal bañando la sala de luz, que es mucho más grande de lo que prometía desde fuera. Casi intimida. Me planto frente a la pista de bolos e inmediatamente acude a mi recuerdo El Gran Lebowski. Esa inolvidable joya, entre lisérgica y absurda, de los hermanos Cohen, en la que Jeff Bridges vampirizaba a Jeffrey Lebowski, alias ‘el nota’, un aficionado a los bolos sin trabajo conocido que pasaba sus días fumando cigarrillos ‘aliñados’ y bebiendo ‘rusos blancos’.

Sonrío al recordar a John Turturro colocándose la entrepierna, mientras echa una mirada retadora a Jeff Bridges, John Goodman (imperdibles sus anécdotas sobre Vietnam) y el timorato Steve Buscemi, justo antes de lanzar la bola. Y mientras la pesada esfera avanza en pos de su destino, el objetivo enfoca las caras del trío calavera, que no tienen desperdicio. De repente, un estruendo metálico se apodera de la escena. ¡Strike, pleno! La cara del nota es un poema.

Ya lo habrán adivinado, en efecto, hoy vamos a hablar de esta ¿práctica?, ¿deporte?, ¿afición? Son preguntas incómodas a las que nadie se atreve a contestar, pese a que desde 1988 los bolos forman parte de la familia olímpica. Con todo, aun hay quien no los contempla como un deporte, afirman que no requiere de un gran despliegue físico. En fin, no hay que estar como un toro para echar una partida, pero les aseguro que manejar una bola de ocho kilos y medio no es pecatta minuta.

«Los niños juegan con unas bolas más livianas, pesan unas seis libras, que son unos tres kilos», advierte Pilar Fernández, encargada del Mallorca Bowling. La única bolera que queda en pie no ya en Mallorca, sino en todas las Illes Balears. Pero no todo son malas noticias, está afición –o sea, deporte– está experimentando un auge tras varios años de letargo en los que cerraron muchos centros. Más concretamente, «desde el fin de la pandemia hemos notado que ha subido mucho la clientela».   

Moda

Hoy, los bolos vuelven a estar de moda, y si no me creen atiendan a este dato: «Solemos tener las pistas llenas e incluso viene gente de Menorca y, en menor medida, de Eivissa». ¿Hay quien toma un barco o sube a un avión para ‘echar unas bolas’? De piedra me deja. «Sí, sí... vienen, juegan, se van a la playa o a dar una vuelta y luego vuelven. Incluso hay quien viene tres veces el mismo día». Hay que rentabilizar el viaje. Lo cual no quita que sea una práctica que genera ‘mono’, como demuestra el hecho de que «muchos clientes vienen varias veces a la semana».

Pero, ¿qué alimenta su pasión por los bolos?, «las ganas de divertirse y competir consigo mismos, y mejorar su destreza y puntería». De hecho, comenta Pilar que «hay quien perfecciona tanto su técnica que acaba federándose». Y, por lo que cuenta nuestra protagonista, Mallorca se está convirtiendo en un semillero de futuros campeones. «Hay muchos niños que se apuntan a clases». También adultos. No es de extrañar, la responsable de impartir los cursos «es una ex campeona del mundo de bolos».