La escultora, ceramista y escritora Judy King posa en el jardín de su propiedad, situada en las sobrecogedoras faldas de la Serra de Tramuntana. | Pilar Pellicer

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Con su mirada limpia y persistente, y las muñecas sobre el reposabrazos de una vieja butaca, a Judy King no se le escapa ni una mueca de orgullo al relatar su vida. Apenas alza tímidamente las cejas, en señal de aprobación, cuando le confieso mi admiración por sus andanzas. De mente clara, esta exploradora de los estragos de la vida retiene más historias que la biblioteca de Alejandría. Ha circundado el mundo cual Phileas Fogg, se ha codeado con la realeza artística y escrito un libro que, aun siendo ficción, sazona con aspectos privados. Nació en Sidney, vivió en Londres y Deià, pero ahora mora a los pies de la Serra, en un agradable rinconcito de Sóller con ‘una vista de un millón de dólares’, como diría un yanqui.

Charlamos a la sombra de su jardín, repleto de esculturas y cerámicas moldeadas con buen gusto por la propia protagonista. Lucen al aire libre, dominado por la fragancia a jazmín que inunda cada esquina del jardín. Judy llegó a Mallorca en el ‘71 con su entonces marido, «nos acabábamos de casar, dimos una vuelta al mundo y al llegar a Mallorca nos enamoramos de esto, recuerdo que nos impresionó lo barato que era todo». En Deià conocieron a Robert Graves, quien les acogió bajo su tutela, y se relacionaron con el célebre pintor surrealista Esteban Frances, quien más tarde emigró a Estados Unidos para desarrollar una carrera como diseñador de sets teatrales.

Años más tarde, ya divorciada, Judy compró la casa de Frances, donde descubrió, oculto entre antiguallas, un poema que Graves escribió para él y ahora luce enmarcado en su domicilio de Sóller. Con los años, dividió la casa de Deià para «poder financiar el colegio de mi hijo», aunque finalmente se acabó deshaciendo del resto para adquirir su propiedad de Sóller. De hecho, la compra, restauración y venta de viviendas ha financiado, en gran medida, su vida. Aunque también dio pábulo a su vena creativa creando esculturas y cerámicas que luego vendía, llegando incluso a exponer en La Residencia de Deià.

Sus ojos se encienden cuando habla de su vida, llena de idas y venidas, romances, trabajo y sentimientos encontrados. Es una mujer tranquila, quizá aplacada por el tiempo, lleva una existencia solitaria en su pequeño jardín del Edén, aunque si Judy es una ermitaña, es la ermitaña más social que jamás he conocido. Mientras paseamos por su propiedad reparo en su vestimenta, jovial y alegre como ella. Acaba de publicar un libro titulado Agnes, broken dreams, donde realiza una catarsis «para entender por qué he fallado en algunas cosas de la vida». Y si le preguntan por su relación con Graves, el más mediterráneo de los poetas ingleses, polémico e incorregible, el más ilustre habitante de ese oasis creativo que es Deià, Judy responde que «era un tipo muy alegre, divertido y egoísta».