Lily Sielaff, experta en arboterapia. | MARIA HIBBS

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De sonrisa fácil y mirada felina, la cercanía y complicidad marcan el trato con Lily Sielaff, experta en arboterapia, una práctica en boga aunque ya lleve décadas brindando sus beneficios a los yoguis más avezados. Nacida en Mallorca pero de ascendencia alemana, como delata su mirada azul, antes de sumergirse en una vida contemplativa en el corazón de la Serra de Tramuntana, sufrió los avatares de la vida moderna en grandes urbes como Hamburgo o Berlín. Pero lo dejó todo y nunca miró atrás. Se fue a la India para formarse en terapias naturales, y de regreso a Sóller se estableció en una casa con unas vistas que cortan la respiración. Austera pero acogedora, su morada está llena de libros y discos, pero no busquen un televisor. «Lo tengo en el trastero», apunta. Por su mirada burlona intuyo que desconectado.

Pausar la vida

Lily, que por momentos me recuerda a la compañera de clase que inspiró a Jarvis Cocker su clásico Common people, nos explica los entresijos de la arboterapia, cómo un árbol nos puede inducir a un estado de calma y reflexión, a esa simbiosis entre hombre y naturaleza. Empieza con humor: «Sé que habrá quien piense que esto de abrazar árboles suena muy hippy», desliza con una mueca, pero a renglón seguido se pone sería. «La arboterapia va más bien de pausar la vida y sumergirse en la naturaleza, callarse un poco y observar con todos nuestros sentidos, dejando los teléfonos móviles a un lado. Va de estar descalzos y sentir la conexión con la tierra en nuestros pies». Es escucharla y uno comienza a relajarse, casi a levitar. Añade Lily que la arboterapia recoge el guante del Shinrin-Yoku, una terapia que nació en Japón en los años 80. «Ambas persiguen la idea de reconectar con la naturaleza, con las plantas y los seres que viven ahí fuera». En fin, que esta práctica vendría a ser como caminar por la naturaleza con los cinco sentidos, ¿no? «Algo así», asiente con la cabeza.

Pero la arboterapia va más allá, tiene un efecto curativo. Calma la ansiedad, la depresión y los dolores de cabeza. De hecho, podría decirse que sus beneficios escapan del Japón contempo- ráneo para catapultarse al pueblo celta ancestral, quienes ya atribuían funciones mágicas a los bosques. No en vano, era la única farmacia que tenían a mano. Y también tenemos el ejemplo de los koalas, que abrazan a los árboles de eucalipto para refrescarse durante la temporada de calor en Australia. A diferencia del ser humano, estos animales son conscientes que al estar en contacto con el tronco van a evitar sudar, perder líquidos y, por tanto, verse obligados a bajar a beber agua. Nuestros perezosos amigos conocen los beneficios del aire del bosque y cómo este les aporta vitaminas puras para el sistema inmune, pues contiene grandes cantidades de iones negativos de oxígeno que ayudan a que la circulación se active y, con ello, regular la esfera emocional alterada.

Como dice Lily, la arboterapia no solo consiste en abrazar árboles, sino en frecuentar bosques y «estar en contacto con las plantas», algo que mejorará nuestra función cognitiva y emocional, además de resultar beneficiosa a personas con asma bronquial, hipertensión arterial, nerviosismo, insomnio, enfermedades mentales, trastornos de déficit de atención e hiperactividad, depresión o ansiedad. Ya ven, siglos después y la madre naturaleza sigue perfilándose como la mejor botica para sanar cuerpo y mente. Quizá por eso, y por muchas otras cosas, escapar a espacios naturales para desconectar del mundo parece una buena alternativa para mejorar nuestra vida.