Ardura, en una sesión de diálisis, durante la cual se distrae escuchando la radio o viendo películas de Netflix.

TW
2

Hacía tiempo que no hablábamos con José Luis Ardura, aunque seguíamos sus pasos a través de las redes sociales y, de vez en cuando, con una llamada telefónica. ¿Cuántos años hace que nos conocemos? Son tantos, que ni nos acordamos. Y aunque, como él bien dice, hay que ver cómo el agua perjudica los cuerpos, le vemos como siempre. Sobre todo, y a pesar de todo, divertido, mirando la vida de frente… Y si los tiempos pasados han sido mejores que los presentes… «Pues –dice– afrontemos el presente con la mejor de nuestras predisposiciones, porque, ¿por qué hacerlo con mala cara si al fin y al cabo va dar a lo mismo?». Ahora lo que sí está es más delgado. Tanto como que pesa 34 kilos menos, lo cual ha hecho que se le quede toda la ropa inmensamente grande, «y las tetas caídas, como si fueran dos calcetines con dos piedras en su interior. Pero, para donde voy últimamente, de casa al hospital y del hospital a casa, qué más me da».

Porque José Luis, como bien dice, de un tiempo a esta parte se pasa la vida de la casa al hospital y de ahí a su casa, «todo porque, desde hace año y medio, estoy yendo a diálisis, que es la antesala del trasplante de riñón… Y como estoy en muy buenas manos, espero que eso sea pronto», dice. Y lo de estar en buenas manos se refiere al doctor Buades Fuster, considerado en el año 2000 como el mejor nefrólogo de España, y a su equipo, «que para mí son como mi familia, a quienes llamo por sus nombres».

«He perdido 31 kilos de peso»

También, en el capítulo de agradecimientos, quiere incluir a ALCER, «pues soy donante de órganos desde el año 1983», y a la que fue su presidenta, Manuela de la Vega. «Durante año y medio, ALCER me ha hecho una dieta especial para el riñón y… Pues que en mi cuerpo no entra nada que no esté en esa dieta, la cual ha hecho que rebajara 34 kilos, que me ha dejado delgado, pero bien», cuenta.

«Al principio –sigue– me afectó a la hora de caminar, pero, a medida que estoy recuperando masa muscular, que perdí por estar tanto tiempo tumbado, vuelvo a dar pasos apoyándome en el andador, con la esperanza de recuperar la movilidad por completo. Pero ahora, como te digo, a base de diálisis espero que llegue el día que me trasplanten… ¡Ah, bueno…! También vaya todo mi agradecimiento a la Seguridad Social». Durante la conversación que mantenemos, nos recuerda que ha hecho testamento vital, «donando mi cuerpo a la Ciencia. Sí, sí… Una vez muerto, que saquen de él todo lo que sea aprovechable, me refiero a órganos y tejidos, que algunos quedarán en buen estado, digo yo. Y una vez que lo hayan hecho, y no tenga más utilidad, que me incineren».

Pero antes de que eso suceda, que esperemos que sea dentro de bastantes años, «tienes que escribir tus memorias –le recordamos–. Que tienes mucho que contar. Y que cómo lo cuentes todo, más de uno se va a sonrojar». A través del móvil, oímos que José Luis se ríe maliciosamente. «Pues claro que las voy a escribir, y en ellas voy a contar toda la verdad. Pero deja que me ponga bien. Que ahora, por mucho que lo intente, no puedo. Que para escribir una cosa de esas uno ha de estar bien, sin preocupaciones, concentrado...».

Ahora, José Luis también está aprendiendo a caminar de nuevo.

Volviendo a la diálisis, nos dice que va tres días a la semana, estando cuatro horas en cada sesión. «¡Una paliza, vamos! Pero yo me lo monto bien, ya sea escuchando la radio, ya sea viendo alguna película de Netflix, y el tiempo así se me pasa más deprisa… Pero, sobre todo, y como te he dicho antes, me lo tomo muy bien porque me he mentalizado en que es el camino que me va a llevar al trasplante, que me hará el doctor Buades Fuster y su equipo, en quienes confío plenamente y agradezco su apoyo continuo».

La que fuera su perra, ‘Carlota’, va a verle a casa solo de vez en cuando.

‘Carlota’

Durante la conversación no hemos oído ni un solo ladrido de ‘Carlota’, su perra y amiga desde hace ocho años. «Ya no está conmigo –nos dice–. Y no lo está porque quiero que sea feliz. Desde que me puse enfermo, y estuve ingresado, se la dejé a una amiga, que tiene otro perro, del que se ha hecho muy amiga. Tal vez por eso, cuando regresaba a casa y me la traían, la notaba distinta a como era, no tan apegada como siempre, y sí con ganas de irse. Y lo peor: que cuando se iba no miraba hacia atrás… Entonces me lo planteé: ‘Carlota’ya no era como antes; no era feliz conmigo como lo fue antes de conocer a sus nuevos amigos, con los que sale a donde quiere y cuando quiere, cosa que conmigo ya no podía, pues, como mucho, la sacaba al parque, donde estábamos un rato, hacía sus cacas, que recogía… ¡Y a casa! Pero ahora era distinto, durante mis ausencias había conocido un nuevo mundo», afirma. «Así que por generosidad –nos confiesa– me privé de ella para que fuera feliz, lo cual me hace feliz a mí también. Cuando no conocía a otra gente, no tenía más remedio que estar conmigo, y adaptarse a mis posibilidades. Pero ahora se desenvuelve mejor y es justo que esté con ellas, que es lo mismo que estar bien, cosa que conmigo no puede. Me ha sabido mal, pero estoy feliz.»