Joan Vich trabaja en su estudio de Son Ferriol y ahora, además de dibujar y bocetear, realiza retratos al óleo de los vecinos de la barriada palmesana. | Pere Bergas

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«Quin molí més guapo!», exclamaba la madre de Joan Vich (1952) cuando se encontraba con las paredes de casa garabateadas. «L'he fet jo!», proclamaba el niño con orgullo. Así recibió sus primeras clotellades el experimentado pintor de Son Ferriol, quien siempre tuvo clara su vocación y que, tras una extensa carrera artística, en la actualidad dedica gran parte de su tiempo a retratar a los vecinos de la barriada palmesana. «Las vivencias modelan el rostro. El rictus define la personalidad y, para lograr captarla, debes entender al retratado. Creo que le conozco mejor después de pintarlo, pero no estoy seguro», sostiene el artista, que en su carrera ha pintado una gran variedad de motivos: bodegones, paisajes bucólicos y marítimos, escenas urbanas de numerosas ciudades, al estilo de Edward Hopper, y, por supuesto, a incontables personas.

Además de pintarlas, también las ha guiado. Hasta su reciente jubilación, Joan dirigió su academia de pintura y fue el profesor de plástica y dibujo técnico en el colegio Sant Antoni Abad. «Me lo he pasado muy bien en la academia, pero el arte no se puede enseñar. Se puede enseñar una técnica o unas pautas, pero el arte sale de cada persona. El buen maestro dicta poco y el buen pintor debe aprender a ‘matar al padre'», sostiene Joan.

Estilo propio

«Los retratistas suelen tender a crear una obra homogénea, en la que la personalidad del retratado queda por detrás del pintor. En el polo opuesto podemos encontrar a Van Dyck: todos sus retratos son distintos, es tan respetuoso con el retratado que el pintor pasa desapercibido», afirma Joan, que posee una rutina establecida de trabajo. En primer lugar, empieza a pintar a partir de una fotografía y, cuando la pintura está en un estado avanzado, el modelo se acerca a su estudio, ubicado en la avenida del Cid. Allí comentan las primeras impresiones y Joan toma anotaciones. «Me interesa mucho su opinión. Es algo que antes detestaba, pero suelen tener razón. Siempre surgen pequeños detalles», razona el pintor.

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Joan Vich posa con algunos retratos en la exposición organizada con motivo de la última Fira de Son Ferriol.

Ahora bien, aunque se utilice    la fotografía como base, detrás de un retrato hay mucho más trabajo que la imitación: «Ingres trabajaba con fotografía y Vermeer utilizaba la cámara oscura, pero el pintor siempre debe estar por encima del medio que emplea. Hoy, en muchos casos, el medio puede con el pintor figurativo. Cuando alguien ve uno de mis retratos y me dice ‘¡Qué bonito, parece una fotografía!', se lo agradezco, pero me hace daño», comenta Joan, esto último entre risas. La técnica con la que mejor se desenvuelve es el óleo, y también el dibujo a lápiz. «Con el aceite puedes hacer de todo: se puede hacer en frío, se puede secar o hacer veladuras. Me genera mucha confianza porque, a diferencia de la acuarela, el aceite lo puedes luchar y rescatar siempre. Se crea una dialéctica con el medio muy gratificante», explica.

Cuando se le pregunta a Joan qué cambiaría de su trayectoria, una idea aparece rápida y clara: «En la Isla hay una falta de interés por el retrato pintado. Echando la vista atrás, debería haberme ido a vivir a Londres, donde sí se valora el retrato», confiesa el artista, que se muestra algo pesimista con el destino de la pintura figurativa: «También me gusta el arte moderno y el abstracto, pero el problema es que la única criba de la pintura moderna es el criterio de los galeristas y los periodistas, y nos venden lo que quieren. Es un mercado cerrado y con el tiempo se ha convertido en algo muy elitista. Lo único que vale es la personalidad del pintor, si haces arte figurativo no tiene ningún valor. Velázquez o Goya son más modernos que muchos contemporáneos», concluye.