Sara Padicchi, teletrabajando para el mercado de valores de Estados Unidos, con vistas a la Catedral de Palma. | Miquel A. Cañellas

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¿Quién no habría soñado con teletrabajar desde un lugar paradisíaco? Dejar atrás el bullicio de la ciudad y el ambiente gris de la oficina y cambiarlo por sol, playa y nuevas experiencias cada día. Aunque parezca idílico e inalcanzable para muchos, lo cierto es que se está convirtiendo en tendencia. Con el aumento del teletrabajo, y las ganas de viajar tras duros meses de restricciones, ha venido un ‘boom’ de nómadas digitales. Son empleados que, gracias a internet, trabajan a distancia, al tiempo que llevan una vida itinerante, viajando de país en país. Muchos de estos turistas cibernéticos están recalando en Mallorca. Cada vez son más los europeos del norte que abandonan sus casas y optan por venir a teletrabajar a la Isla. Son profesores en línea, diseñadores gráficos, gestores financieros… profesionales jóvenes muy cualificados, de perfiles heterogéneos, pero con una identidad marcada y una mentalidad en común: huyen de los cubículos de las oficinas y llevan la libertad, la autosuficiencia y la falta de arraigo por bandera. Es, más que una forma de trabajar, un estilo de vida.

Media vida viajando

Es el caso de Sara Padicchi. Esta italiana de 30 años lleva desde los 18 años viajando por el mundo, trabajando en diferentes oficios. No fue hasta después del confinamiento cuando una amiga la introdujo en el trabajo a distancia. Se formó en el mundo de las inversiones y desde entonces trabaja a distancia para la bolsa de Estados Unidos. Esto le ha permitido cambiar continuamente de lugar y trabajar desde remotos destinos como Bali o Tailandia. Eso sí, según admite, siempre acaba volviendo a Mallorca. La Isla, asegura, «ofrece un ambiente muy cosmopolita, sol, playas, montañas. La vida es tranquila y está a un vuelo de distancia de cualquier país europeo».

Cristina Iorganda, de Rumanía, teletrabaja en Mallorca para una empresa tecnológica y lleva un mes y medio en la Isla. Desde su llegada, vive en el ‘Palma Coliving’, junto a otros nómadas digitales. «Creo que vivir viajando y conociendo tantas culturas nos hace tener la mente abierta y ser muy tolerantes».

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Cristina Iorganda, teletrabajando desde el Palma Coliving

Guy Regev, polaco-israelí, es el ejemplo de que este estilo de vida no es solo para jóvenes. Con 40 años, tras el confinamiento, decidió abandonar por completo su residencia en Tel Aviv y embarcarse en un viaje constante: «Tras la pandemia ya nadie quiere reuniones presenciales. Es lo único que me ataba, así que ahora todo mi trabajo lo hago online». El último año de Guy ha sido frenético. Solo en 2021 vivió en Canarias, Bulgaria, Grecia, Polonia, Alemania, República Checa, Francia, Bélgica y Tailandia.

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Teletrabajando en una villa para nómadas digitales en Palma.

Pero, como todo, la vida itinerante también tiene su parte mala. La italiana Sara advierte de que este estilo de vida no es para todos. Hay que ser flexible, no apegarse a las personas y aceptar la incertidumbre. Cristina advierte que «para mí la peor parte es estar despidiéndose constantemente de la gente. Cuando conoces a alguien y creas vínculos con él, se va a otro lugar». Como solución a la soledad, ahora Guy busca un compañero con el que continuar sus viajes. La vida social de los nómadas digitales es muy dinámica. Conectan entre ellos por redes sociales y realizan tanto actividades en la naturaleza, como una activa vida en torno a una serie de bares, como The Hub, en Santa Catalina; el bar Sa Plaça, en la plaza de Santa Eulàlia; o la cafetería Carpe Diem. Ante el rechazo generalizado del turismo de excesos, quizá se erige este tipo de visitante cibernético como alternativa.

El apunte
Marina J. Ramos

Una villa para los nómadas

Marina J. Ramos

Con el auge de este fenómeno y para combatir la soledad de los primeros meses de estancia, el parisino Matthieu Zeilas ha inaugurado el ‘Palma Coliving’. Es una villa de lujo para nómadas digitales en Son Armadams, donde conviven como una pequeña familia. Juntos se organizan la semana, comparten cenas y realizan talleres de yoga y productividad. Allí permanecen hasta que cambian de destino o buscan un alojamiento permanente. El ‘Palma Coliving’ cuesta desde 1.150 euros al mes y cuenta con 11 habitaciones.