Maria Martín, de Redbellion. | P. Pellicer

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Progresivamente, el gremio musical va dejando atrás la etapa más aciaga de su historia. Estuvo al borde del knockout, pero su energía vivificante unida a la pureza de su mensaje y al clamor popular, ávido de música en directo, la devolvieron a su púlpito natural: el escenario. El año 2020 quedará para el ingrato recuerdo como el año en el que la música ondeó a media asta, deslucida por una crisis sin precedentes. Hoy, los arpegios de una guitarra vuelven a amenizar clubs, auditorios y espacios abiertos, propiciando intercambios culturales que enriquecen nuestra visión del mundo.

Cuatro promotores locales, Maria Martín, Ana Espina, Miki Jaume y Pere Terrassa, abordan el presente y futuro de un sector que, aunque ha abandonado la UCI, aún arroja signos preocupantes. Para algunos un medio de vida, para otros una necesidad, la música en directo camina por el filo de la navaja en la Isla. Los costes adicionales que se desprenden de la insularidad, especialmente en materia logística, comprometen su desarrollo. En este sentido, los cuatro consultados están de acuerdo, aunque es Maria Martín, de la promotora Redbellion, quien se muestra más implacable: «Ser promotor en la Isla es un suicidio». Hace dos años tuvieron que bajar la persiana, «nuestra situación era insostenible y la pandemia precipitó el fin. La mañana siguiente de dejarlo sentí un alivio brutal» reconoce.

Otros siguen al pie del cañón, resistiendo los embates con tenacidad espartana. Para Ana Espina, de Fonart, la rentabilidad de una promotora «depende de cada uno, si tu aspiración es obtener buenas ganancias, la respuesta es no, porque son muy raras las ocasiones en que los factores se alían para que un concierto arroje beneficios».

Como su homóloga, culpa a la insularidad de «elevar los costes». Los problemas logísticos son el común denominador del gremio. «El transporte encarece mucho los bolos, no solo las personas sino también los instrumentos. Aunque es complicado, lo tienes que hacer rentable porque si no evidentemente no continuarías», espeta Pere Terrassa, de Runaway. Miki Jaume, de Grup Trui, se abona a su discurso optimista: «Aunque está el punto de la insularidad, que es algo que los artistas no suelen tener en cuenta y supone un sobrecoste brutal, hay que seguir adelante aprendiendo de los errores». Le pregunto si existen artistas que se solidaricen con las ‘palmadas’ del promotor. «Existe la parte humana, cuando el manager o el propio artista te dicen que ya haremos un arreglo de cara al próximo bolo. Pero la realidad al final es la cuenta bancaria, y si te soy sincero, de doscientos shows sólo me he encontrado un detalle en dos. Esos casos no los olvidas nunca».

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Pere Terrassa, de la promotora Runaway.

El público

Otro factor que mina los beneficios del promotor es el planteamiento estratégico que acometen algunos artistas. «A la hora de planificar la gira no solamente se plantean las ganancias o dónde les pueden pagar el caché, buscan los lugares donde está su público, y Mallorca, me temo, no suele estar en esa lista. Aún cuesta trabajo que la Isla no se vea desde fuera como un lugar donde solo se van a encontrar turistas en bañador.

Esta percepción que se tiene es una traba para el promotor», opina Ana Espina, que no duda en reivindicar la dotación musical, eficiente y transversal, con la que cuenta Mallorca. «Tenemos una gran cantidad de espacios perfectamente adecuados para acoger conciertos, junto a un soporte de empresas, autónomos y asociaciones con profesionales muy bien preparados para llevar a cabo todas las tareas que exige la buena marcha de un concierto».

‘La música en vivo debería sonar tan bien como en estudio’, sostenía el temperamental e incorregible Morrissey, voz de The Smiths. Los promotores musicales son los encargados de lograr esa hazaña. No solo contratan al artista, también están detrás de otros aspectos fundamentales para la realización del concierto. Entre 2018 y 2021, el business de la música en vivo ingresó más de treinta mil millones de dólares.

Esta opulencia, ralentizada en el período COVID, no se refleja en nuestras fronteras, el paradigma local choca de bruces contra su realidad. ¿Como lo resolvemos? «Uno de los grandes lastres que tiene este sector en la Isla es que no se entiende un asociacionismo como tal, la competencia está mal entendida. Sería bueno que existiera más buena comunicación y respeto entre los promotores.

Además, creo que esta profesión está desvinculada de su esencia cultural, y cuando solo se mira desde el punto de vista del negocio se transforma en una merienda de negros», subraya Maria Martín. Para Miki Jaume también existe un problema de comunicación, «tendríamos que estar un poco más unidos, es verdad que ahora acabamos de salir de la pandemia y vamos cada uno a lo nuestro, pero tendría que haber más comunicación», lamenta el ejecutivo de Trui.

En opinión de Ana Espina, la solución pasa por implementar la oferta, «cuanta más y mejor haya más fácil será fidelizar al público». Su receta pasa, también, por la reinvención, «hay que buscar nuevas formas de hacer las cosas, ser más creativos. También ayudaría, como a muchas otras profesiones, que la sociedad evolucionara hacia modelos con más justicia social y laboral, pero eso es aún más utópico».

Ana Espina, de la promotora Fonart.

Terrassa alude a la filosofía ‘cholista’: «Hay que ir día a día, partido a partido». El capo de Runaway encuentra un halo de esperanza en el relevo generacional que se está dando entre el público, «ahora veo gente más joven en los conciertos y esto es positivo». Con todo, lamenta que la desescalada sigue haciendo mella en los aforos, «cuando todo se normalice, la gente irá más a conciertos. Ahora es una evidencia que están yendo más flojos, en especial los de pago».

Subvenciones

La subvenciones y otras líneas de ayuda inyectan oxígeno a las arcas del promotor. Aunque en el caso de Redbellion, durante sus seis años en activo «nunca recibimos ayudas», desliza Maria Martín, que reconoce que «tan solo un cuarenta por ciento de nuestros bolos fueron rentables». En su opinión, es necesario un apoyo significativo «a los pequeños promotores, que son quienes realmente mantienen viva la escena local y emergente, sin ellos no hay futuro».

El ‘papeleo’, como sucede en otros casos, es el gran señalado. «El acceso a una subvención es muy difícil, la burocracia es muy larga y pesada. Hay promotores que son expertos, tienen un departamento exclusivamente dedicado a esto y van por delante en la carrera por ese dinero», desliza Miki Jaume. Con todo, el promotor reconoce que «de no ser por las ayudas a lo mejor ahora no estaríamos en marcha. Pero una cosa son las ayudas y otra las subvenciones», matiza.

Miki Jaume posa en las oficinas de Grup Trui en Marratxí.

La burocracia es el arrecife donde siempre encallan las promotoras a la hora de acceder a una subvención. «La financiación pública está excesivamente burocratizada, es muy rígida y lenta, precisamente lo opuesto a las exigencias de una actividad como la nuestra y la de todo el sector cultural y las industrias creativas», sostiene Ana Espina en una sentencia que invita a la reflexión. «Nosotros comenzamos en 1993 y no había ni el diez por ciento de los trámites que piden hoy. La burocracia se ha endurecido mucho, ha llegado a un nivel que te roba mucho tiempo y casi tienes que ser un experto en ‘papeleo’», aporta Pere Terrassa.