Pablo Fuster ha diseñado El Taller con mucho gusto. Es un lugar práctico y acogedor donde reunir a sus amigos para ofrecerles sus creaciones culinarias. | Julián Aguirre

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Desde siempre, Pablo Fuster (Palma, 1950) ha sido un apasionado de la gastronomía, pero fue a raíz de un problema de salud cuando dejó la dirección del negocio familiar, Relojería Alemana, en manos de sus tres hijos, Blanca, Paula y Pablo, y comenzó a investigar en la cocina, elaborando deliciosos platos para su familia y amigos más cercanos. El Taller, como denomina a un pequeño apartamento que tenía en los exteriores de su casa, transformado en cocina, se ha convertido en toda una sensación para amigos y desconocidos ávidos de degustar sus propuestas gastronómicas.

Hombre trabajador, luchador y muy perfeccionista, triunfó en el mundo de los negocios. Obtuvo en cuatro ocasiones el Premio Nacional de Alta Joyería además de numerosos galardones en el extranjero.

«Mis antepasados –nos dice– eran plateros y mis padres, relojeros. Como me gustaba mucho diseñar, introduje la alta joyería, con piezas bastante grandes. Venían joyeros y clientes del extranjero a comprar», comenta Pablo Fuster mientras se pone el delantal.

Con motivo de esta entrevista, Pablo Fuster ha preparado una comida muy especial e invitado a algunos amigos, entre los que se encontraban Bernat Quetglas, Jaume Bernades, Carolina Wu, la chef Tina Bestard, Agustín Díaz, Joan Mas, Jordi Portell y Pedro Munar y su hija Blanca Fuster.

¿La cocina ha sido una buena terapia para su recuperación?

—Sin duda. Con el primer ictus me quedé con depresión. No salí en seis meses y en ese tiempo hice El Taller. Fui a comprar este mueble antiguo donde montar la cocina y una mesa grande donde reunir hasta doce comensales. Siempre me ha gustado cocinar. Mi madre y mi abuela cocinaban muy bien. Recuerdo el rustit amb peres i albergínies o la langosta con cebolla que hacía mi madre. Se podía comer con los ojos cerrados, no encontrabas una sola cáscara.

La pregunta es obligatoria, visto el nivel que dicen sus invitados que tiene. ¿Dónde se ha formado?

—Mirando vídeos y programas. Observando e investigando por mi cuenta porque me gusta mezclar sabores y olores, combinar alimentos y hacer platos a mi estilo. No iría a un programa como Masterchef porque allí se cocina muy rápido; me gusta trabajar los productos bien. Y quizás lo que sí me gustaría es hacer un curso en Le Cordon Bleu de París.

¿Se podría decir que la cocina es su última joya?

—Sí. La cocina es mi última joya. Yo trato cada plato como si crease una joya, desde el principio. Estudio lo que voy a preparar, luego miro que tipo de cubertería y vajilla utilizaré. Me gusta emplatar y presentarlo a cada comensal. Me gusta inventar e innovar. Pretendo poner algo que no haya visto la gente.

¿Es cierto que no le gustaba ir al mercado a comprar?

—Lo odiaba. Tenía pánico. Es algo que nunca me gustó, sobre todo por los olores. Y ahora me encanta ir al Mercat de l’Olivar y al de Santa Catalina. Tengo mis puestos de confianza en los que comprar cada producto.

¿Con cuánta antelación se pone a preparar el menú?

—Cuando hago una cena o comida quiero disponer de una semana para saber lo que tengo que hacer. Mis amigos, hasta el momento, no han repetido menú.

¿Cuáles son los platos que mejor y peor le salen?

—Ni lo sé, ni lo quiero saber. De cuchara hago poco y paellas nunca, ya que tengo mi amigo Jordi que es un 10 preparándolas. Los callos y el frit mallorquí, que me encantan, ni se me ocurre prepararlos porque ya tengo los sitios donde ir a comer. Aunque todo es cuestión de intentarlo. Lo que hago nunca lo había hecho antes. Me gusta quedar bien y antes del día de la comida, hago una o dos pruebas.

¿Qué ha preparado para hoy?

—Los invitados no suelen conocer lo que he preparado antes de sentarse a la mesa. Para hoy he elaborado cuatro platos. Almejas de carril, con mucha compañía; Ventresca de Atún ‘El Taller’; Wagyu de la región Kobe; y Bogavante al Kamado.

El Taller se ha hecho famoso por el boca a boca y en las redes sociales, ¿no?

—Un éxito que me hace olvidar los problemas. Cada día hay gente que me pide donde está El Taller, para reservar e ir a comer o que me escriben por Instagram cuando ven mis platos. La verdad es que nunca imaginé que tuviese tanta repercusión.

¿Abriría restaurante?

—Si lo hiciera, sería una cosa como El Taller. Una mesa larga para 12 o 16 comensales como máximo. Que todos pudieran hablar y comentar. Exclusivo y sólo abierto dos días a la semana.

La comida está exquisita, pero no he visto que haya preparado el postre...

—No como postre, por lo tanto tampoco lo hago. Me suelo comer una pieza de fruta o algo de chocolate. Pero un día lo probaré y ya me dirás si te ha gustado.

Y, después de la cocina, ¿tiene algún otro proyecto?

—Tengo 71 años. Tras dos ictus, una operación de corazón y una peritonitis, me dedico a disfrutar de la familia, que solo me da alegrías, y de mis amigos.