Cynthia Nolan sostiene a Nelly, un simpático Yorkshire Terrier vivaracho y juguetón por el que siente pasión. | M. À. Cañellas

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Lo crean o no esta historia comienza en 1841, cuando el empresario británico Thomas Cook fletó un tren para llevar a un grupo de pasajeros de Leicester a Loughborough, a cambio de un penique. Puede que no reparase en ello, pero acababa de inventar el viaje organizado, precursor del paquete vacacional que, para alegría de unos y desazón de otros, derivó en el célebre ‘todo incluido’, una modalidad que aún hoy genera un encendido debate en la Isla.

Thomas Cook creció hasta límites insospechados, atrayendo a su alrededor una flota de aviones con la que afianzó a 22 millones de clientes en todo el mundo. Cierto que la compañía acabó quebrando en 2019, pero esa es otra historia. Aquí nos centraremos en la figura de Francis Henry Wilson y su hija Cynthia, quienes recogieron el guante del señor Cook y trasladaron el peculiar modelo de turismo de masas a Mallorca. La historia no tiene desperdicio. A orillas de los ‘50, una época en la que viajar era un lujo reservado a las elites, Wilson ponía en marcha con audacia e ingenio una línea aérea, Starways, que unía Liverpool y Londres.

Con este servicio colocó la primera piedra de un imperio que durante décadas le disputó la hegemonía a las grandes compañías europeas, desplegando rutas de culto religioso, muy populares entre la población católica de Liverpool y otras ciudades colindantes. De ese modo, mucho antes de volar a Palma, Starways se curtió con vuelos a Roma, Fátima, Lourdes y Tierra Santa, complementados con otros destinos de un talante más, digamos, ocioso. Este inglés oriundo de Liverpool fue un hombre hecho a sí mismo, un emprendedor empedernido que hizo fortuna vendiendo víveres y otros excedentes del ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial.

«Fue un negocio muy lucrativo», asegura su hija Cynthia, quien nos recibe en su domicilio de Palmanova. Esta elegante dama de sonrisa perenne cobraría protagonismo más adelante, ahora seguimos con su padre, un hombre digno de análisis que comenzó «vendiendo huevos casa por casa» y acabó construyendo una próspera empresa que, en el ecuador de los ‘50, dejó en manos de su hija. Lo cual no deja de ser una noticia cuanto menos impactante, pues ésta solo contaba con veintisiete años. Mírenlo con perspectiva: tenemos a una mujer, empresaria, e insultántemente joven para la cuadriculada mente empresarial de los ‘50. Un cóctel poco menos que explosivo.

Dakotas

Corría el año 1950 cuando Francis Henry Wilson invirtió el dinero que había amasado en la compra de una pequeña flota de Dakotas, un popular avión de hélices dominador de los cielos a mediados del s. XX. «Le salieron muy baratos porque eran aviones de carga, tuvo que acondicionarlos para acoger pasajeros», evoca Cynthia. El negocio iba como la seda, abrieron sucursales en Dublín, Belfast y Glasgow, y a su padre se le avivó la bombilla creativa, «pensó en ampliar líneas para llegar a diferentes ciudades europeas». Por aquellos días Cynthia se desempeñaba en un banco, pero soñaba con montar su propio negocio, una floristería. Se lo comunicó a su padre y éste le sacó la idea de la cabeza. «Se negó en rotundo, me dijo que quería abrir nuevas líneas comerciales y necesitaba que le ayudara en la creación de nuestra propia agencia de viajes, que llamamos Cathedral Tours». Los primeros vuelos de Starways en tomar contacto con territorio nacional recalaron en San Sebastián, Santander y Barcelona. El idilio con Mallorca llegó en 1955.

«Tenía una amiga que me había hablado de la Isla, decía que era un paraíso, así que tomamos un barco y la visitamos». Fue amor a primera vista. «Me encantó, recuerdo el impacto que me causó, había muchas zonas sin urbanizar, Magaluf era un enorme campo de cultivo». Con la mirada emprendedora heredada de su padre, la joven Cynthia vislumbró las posibilidades que la Isla brindaba. Lo primero que hizo fue hablar con el Gran Hotel Augusta de Porto Pi «para hospedar a nuestros clientes en un lugar bonito». No lo tuvo fácil, «recelaban de mí, me veían muy joven y no creían que pudiera llevar un negocio». Mientras lo explica con una gestualidad impropia de un británico, a Cynthia se le iluminan los ojos, evocando quizá una época que ha arraigado con fuerza en su corazón.

Tras desviar sus aviones al aeropuerto de Son Bonet, Cynthia contrató actividades complementarias y guías para sus turistas. «Hablé con Son Termes y otros lugares a los que comenzamos a organizar excursiones con comida». Precisamente en el célebre complejo de Bunyola tocaban unos jovencísimos Valldemossa, «que daban de beber a los turistas de un enorme porrón».

El vínculo con Mallorca fue muy provechoso para ambas partes, «el Gran Hotel Augusta tuvo que construir un anexo para poder acoger a nuestros turistas», recuerda Cynthia. De hecho, el éxito de estos vuelos hizo que durante la década de los ‘70, Starways conectara el Reino Unido y Mallorca también en invierno. El vuelo rondaba las 5 horas, ya que realizaba una parada de repostaje en Nantes. Por otra parte, el coste de un fin de semana ‘todo incluido’ (vuelo, hotel y excursiones, que había que contratar a parte) rondaba las 10 libras, 18 para estancias de lunes a viernes. Cuenta Cynthia que, durante una época, en la última noche algunos hoteles servían una cena de gala a la que los huéspedes asistían con sus mejores atuendos.