En el centro de la imagen vemos al célebre músico catalán Xavier Cugat y su esposa Abbe Lane. Andrés Cañas aparece atrás a la derecha.

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Suban a este DeLorean y abróchense los cinturones porque nos vamos a 1957, justo a las puertas de la nueva era del bienestar. En tiempos de No-do, Seat 600, toros y paella nacía en Palma un auténtico fenómeno social: Tito’s. Aunque abrió sus puertas en 1923, no fue hasta el ‘57 que la sala de fiestas inició su reinado, sus días de vino y rosas, tras ser adquirido por un empresario ruso con nombre de villano de peli de James Bond: Magalof.

En aquellos días proliferaban los espectáculos en salas de fiesta. Tagomago, Sésamo, Jartans y Jardines Rosales desplegaban shows repletos de vedettes y actores con nombres extravagantes, ansiosos por triunfar. Hoy, cuesta dar con crónicas que detallen aquellas noches de teatro ligero, cabaret y música.

No obstante, de aquella Palma no oficial perdura una imagen incorruptible: Tito’s, el reluciente escaparate que proyectó una imagen moderna, elegante y divertida de la Palma del tardofranquismo. Dinamizador de la bulliciosa Plaça Gomila, un lugar antaño mágico del que hoy no quedan ni las sombras de su deslumbrante pasado. En breve, allá donde Tito’s puso a Mallorca en el mapa de la modernidad, se erigirá un complejo de viviendas, y todos los recuerdos que atesora el lugar correrán como pólvora encendida a refugiarse bajo el confeti del tiempo. Si le reconforta, recuerde que nada muere mientras es recordado.

En sus crónicas parisinas, Ernest Hemingway habla con pasión de los locales nocturnos donde los turistas se dejaban desplumar a cambio de un champaña caro y la sonrisa de una inasequible corista. En plena dictadura, Palma encontró su propio reducto de libertad y hedonismo en Tito’s, una sala de fiestas regada por el glamour de su selecta concurrencia (de Alain Delon a Grace Kelly; de Peter Ustinov a Sean Connery).

Los famosos acudían en tropel para disfrutar del show, las grandes fortunas para codearse con los famosos, y la gente de a pie para observar con entusiasmo aquel circo de tres pistas. «Se sentaban en los bancos de la plaza para ver el desfile de famosos y los vestidos que llevaban las señoras», evoca Pedro Sánchez, que fue director artístico de Tito’s.
François Serra era director de sala y por tanto responsable de que cada velada fuera única.

Palma 12.
Pedro Sánchez, director artístico de la sala, posa junto a su mujer. Le acompañan dos ‘celebrities’ del momento: Carmen Sevilla y Augusto Algueró. Explica Pedro que en el momento de la foto «estaban divorciados, pero se llevaban fenomenal».

Su bagaje profesional habla por sí solo: «Empecé con 29 años y llegué a tener a 150 personas a mi cargo». Su paso por Tito’s dejó una profunda huella, «estaban tan contentos conmigo que me regalaron cinco acciones del local», explica con orgullo. Uno de los números más exitosos de esta mítica sala fue El show de Andrés Cañas y sus Marimbas, conducido por el desaparecido Andrés Cañas. Su hija Marisa recuerda la llegada a Tito’s de su progenitor. «Estaba en El Salvador cuando lo ficharon, le fue tan bien que le salieron contratos por toda España». Músico de recursos, Cañas «nunca pasaba desapercibido».

Dictadura

Se dice que el neoyorquino Studio 54 era una dictadura en la puerta y una democracia en la pista de baile. Y lo cierto es que, salvando las distancias, Tito’s le iba a la zaga. «Corbata y americana eran obligatorias, sino no entrabas», matiza Paco Moyà, que fue director de escena de la sala. Y es que Tito’s nació con vocación elitista aunque no clasista.

«Aquí entraba todo el mundo que supiera comportarse y pudiera permitírselo», explica Pep Guasch, que desempeñaba el cargo de jefe de sala. Una vez dentro, todo eran atenciones y savoir faire, bastaba sacar un cigarrillo para que el camarero más cercano se aprestara a encenderlo.

Una nómina de artistas de fuste internacional y un libro de visitas con rúbricas que quitaban el hipo convirtieron a Tito’s en uno de los epicentros del ocio nocturno europeo. Entre sus asiduos se mezclaban la aristocracia de casa real y la del celuloide, nombres propios como Charles Chaplin, Elke Sommers o Errol Flynn, a quien Pep Guasch invitó a la sala.

«Tenía el yate en Puerto Portals y yo estaba en la playa. Fui nadando hasta él a pedirle un vaso de agua y le invité a Tito’s». El protagonista de El halcón del mar era un habitual de la sala, «alguna vez se le veía con su amigo Tyrone Power», recuerda Pedro Prieto, veterano periodista de Ultima Hora.

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Imagen del pianista Andreu Bennàssar, inmerso en una sesión con la orquesta de Tito’s.

Si quieren anécdotas, las hay a toneladas: cuentan que Jaime de Mora, ese dandi amante de la buena vida, se aprovisionaba de agua mineral para aligerar el whisky que traía de casa en su bastón-petaca de plata. El pianista Andreu Bennàssar guarda como oro en paño sus recuerdos de la sala, en especial sus fotos con Petula Clark, Sandy Shaw y Dusty Springfield, una pequeña muestra del poderío que desfilaba por el escenario de Tito’s. «Fue una etapa inolvidable», evoca.

Otra figura que dejó huella fue Marlene Dietrich (aseguran que la diva tenía aseguradas sus piernas en un millón de dólares). La actriz y cantante alemana, uno de los grandes iconos del Hollywood dorado, no tuvo un paso afortunado por la sala. «Quería que un Mercedes la recogiera a pie de pista en el aeropuerto», recuerda Paco Moyà.

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Marlene Dietrich y Paco Moyá.

«Pidió más músicos y tras la prueba de sonido despidió a la mayoría. No hacía más que quejarse», relata Pedro Sánchez, que fue el único con bemoles para cantarle las cuarenta: «Bajé al camerino y le dije cosas muy fuertes», rememora entre risas.

Censura

La propuesta de Tito’s perfilaba los estándares habituales: Orquesta en directo, shows de variedades, artistas de renombre y algún número subido de tono que encandilaba al público masculino mientras trataba de sortear el timorato criterio del censor, que según cuenta Andreu Bennàssar pasó de puntillas. «Nunca tuvimos problemas, y eso que había números con señoritas que iban casi sin nada». Y es que, según relata Pedro Prieto, «en aquella época las ‘comisiones’ volaban que daba gusto».

En Tito’s la gente se sentía en un enorme parque de atracciones para adultos. Las celebridades paseaban su glamour embutido en trajes de gala, mientras sostenían copas surtidas con el mejor licor, que circulaba con profusión. Y un día, de improvisto, la fiesta murió y nació la leyenda.

En su periplo posterior, ya como discoteca, Tito’s mantuvo viva la antorcha, pero una vez despojado de su espíritu original «aquello ya no era lo mismo», afirma con contundencia Pep Guasch, quien vivió la transición de sala de fiestas a discoteca. «Me ofrecieron seguir pero no me gustaba en lo que se convirtió y me fui».

Aquella época dorada terminó de forma abrupta. Y hoy, décadas después, el canibalismo inmobiliario se zampó a Tito’s. «En Mallorca, si pudieran, venderían hasta la catedral», lamenta Pedro Prieto. Hoy, las legendarias noches de Tito’s son el símbolo de una era extinguida, han pasado al imaginario colectivo como una sólida reivindicación de una Palma que, aún inmersa en un clima político gris, clamaba libertad.