Más de 2.000 personas se manifestaron en Palma el 15 de mayo de 2011. ¿Qué queda del movimiento de los indignados? | S. Amengual

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Si echo la vista atrás, todavía me sorprendo de lo que logramos hace ahora diez años. El malestar se palpaba en la calle y el Movimiento 15-M consiguió canalizarlo. Cada persona en paro, cada joven que constataba que por mucho que se formara iba a vivir peor que sus padres y la gente cansada de la política de siempre y de la corrupción sin castigo supo que no estaba sola y contaba con un altavoz para expresar su malestar.

Eso fue el 15-M, un despertar colectivo. Y ese es su legado», recuerda Marta Serret, que hace una década, como portavoz de Democracia Real Ya, marchó junto a más de 2.000 personas por las calles de Palma para mostrar su indignación ante la situación que vivía el país en aquel momento, marcada por la recesión económica, el aumento del paro y una cascada constante de desahucios.

El 15 de mayo de 2011 nadie esperaba semejante repercusión: ni los partidos políticos, ni mucho menos los medios de comunicación, ni incluso los propios organizadores del Movimiento 15-M, que afirmaban un día después de la histórica manifestación sentirse «desbordados» por la respuesta popular.

Indignados. La Plaça Islàndia, hasta la bandera, durante los casi 40 días que duró la AcampadaPalma.

En Mallorca, recuerdan los implicados en la organización, la manifestación se montó entre seis personas que no se conocían, pero con las mismas inquietudes, entre las que se encontraba Marta Serret, que se comunicaban a través de las redes sociales y un mail con un nombre premonitorio, ‘somos6ysumando’. No se equivocaron.

Éxito desbordante

Si en la Puerta del Sol de Madrid ese 15 de mayo de 2011, una semana antes de las elecciones autonómicas y municipales del 22-M, casi 20.000 personas protestaban contra la falta de transparencia de los políticos, el bipartidismo y los recortes sociales, en Palma cerca de 2.000 personas coparon la protesta clamando por «una democracia real ya». Y el ejemplo siguió en otras 60 ciudades de todo el país.

Debate. Más de 400 personas acudían a diario a los debates abiertos.

«Cuando fuimos a solicitar a Delegación de Gobierno el permiso para la manifestación, la funcionaria nos preguntó cuánta gente creía que congregaríamos. Fuimos optimistas y le dijimos que 3.000; la mujer nos miró con una cara que decía ‘ilusos’», recuerda Serret. Ni ella ni el resto de manifestantes podía imaginar que aquella marcha se tornaría en la mayor movilización popular de los últimos años en España e iba a cambiar tanto la política de este país, incluso la vida de muchos de ellos.

Marta, por ejemplo, dio un paso atrás después de aquella manifestación. «Por aquel entonces estaba en paro, hastiada de todo y, por ese motivo, me uní al equipo de Democracia Real Ya. Aprendí mucho durante esos meses: trabajar con las redes sociales, pensamiento colectivo, buscar maneras de difundir ideas... temíamos que la idiosincrasia de la sociedad mallorquina, poco dada al activismo, jugara en nuestra contra. Pero que Mallorca fuera un territorio pequeño, en el que casi todo el mundo se conoce, nos ayudó a difundir el mensaje», apunta, al tiempo que explica sus motivos para quedarse a un lado: «Acudía a los debates, apoyaba a los compañeros acampados, pero mi papel pasó a ser más secundario después de esa jornada. No me arrepiento. He aprendido mucho y esas enseñanzas las llevo conmigo aún hoy e intento aplicarlas en mi día a día», apuntilla Serret.

Acampada. La noche del 17 de mayo una quincena de personas acampó en la Plaça d’Espanya.

El médico Rafael Berlanga, ahora jubilado, fue una de las voces más destacadas de la marea blanca de los sanitarios durante la época de los recortes y el que cogió el testigo al frente de Democracia Real Ya; incluso llegó a presentarse a las elecciones autonómicas con el Partido X, que surgió del 15-M. «A veces me preguntan que por qué me metí en semejante embolado. Siempre contesto que soy muy rojo. Pero en realidad fue una experiencia increíble. Conservo muchas amistades de esa época», recuerda.

Acampadapalma

La noche del 17 de mayo, dos días después de la manifestación masiva, una veintena de personas durmieron en la Plaça d’Espanya, atraídas por las imágenes que llegaban de la capital y el llamamiento en redes sociales, que se convertirían en una poderosa arma de comunicación de los ‘indignados’, algo que hoy tomamos como algo normal, pero que hace una década pocos exploraban, mucho menos los partidos políticos.

Comenzaba así, tímidamente, la llamada ‘AcampadaPalma’, que se extendería hasta el 4 de julio, fecha en que fue desalojada de forma más o menos pacífica. Por cierto, sus integrantes tuvieron el honor de ser el último reducto superviviente de todo el Estado. Hasta entonces más de ciento cincuenta personas trabajaron bien organizadas para que la semilla del cambio floreciera. Cuarenta y siete días de ideas, utopía, lucha y ganas de mejorar las cosas.

La indignación se extiende. Siguiendo el ejemplo de Palma, diferentes grupos acamparon en Eivissa, Menorca y la Part Forana.

No fue Palma el único epicentro del Movimiento 15-M. Manacor fue la siguiente localidad en adherirse al movimiento, en la Plaça Ramon Llull; Valldemossa celebraba asambleas cada martes y Porreres, de forma tímida, también. Sin olvidar el resto de islas, un grupo acampaba en el Paseo de Vara de Rey, en Eivissa, mientras en Menorca los indignados se reunían en la plaza Colón de Maó.

Aligi Molina, hoy en día psicólogo en la ONG Metges del món, fue una de esas 20 personas que iniciaron la acampada. «La segunda noche éramos 30... llegamos a ser 100 durmiendo en la plaza y 400 participando en los debates. Todos queríamos cambiar las cosas, abrir el debate... la energía que manaba de ahí era brutal. Estaba en la universidad en ese momento y tuve que dejar algunas asignaturas porque no quería dejar pasar la oportunidad de aprender y crear sinergias», apunta Molina, que fue uno de esos indignados que apostó por entrar en política unos años después, de la mano de Som Palma, como regidor de Igualdad y Derechos Cívicos del Ajuntament de Palma, y que finalizó por voluntad propia tras la legislatura 2015-19: «Nunca me interesó vivir de la política y me di un plazo de ocho años, me fui antes porque no me sentía cómodo con la dinámica del proyecto. Ahora duermo más tranquilo», recalca.

Ese 2011 llegó a haber hasta siete asambleas en barrios de Palma, así como en 15 pueblos. Un año después solo seguían trabajando activamente en las barriadas de Ses Veles, Pere Garau y Sa Quartera y había grupos de acción en Portocolom, Felanitx, Bunyola y Capdepera. Hoy en día, ninguno.

Futuro

Ya solo queda preguntarse si el movimiento, diez años después, terminó siendo un fracaso. Rafael Berlanga cree firmemente que «hoy en día tenemos a Yolanda Díaz como ministra de Trabajo porque existió el 15-M. Sin los indignados, algo así no hubiera sido posible», mientras que Aligi Molina apunta a que «la ultraderecha ha llegado más tarde a las instituciones que en el resto de países europeos gracias a los indignados, que apostaban por una mirada nueva, colectiva y abierta».

Finalmente, Marta Serret lamenta que «estemos alienados y menos empoderados que hace una década. Siempre hará falta un movimiento como el 15-M. Ojalá la gente se levante de nuevo».