Como en el interior del bar no está permitido que entre la gente, la soledad suele ser a diario la compañera de Cati. | Click

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Cati regenta el bar 'Las tres estrellas', sito en Reina Constanza, 17, de Palma. Es un bar del barrio de Foners, frecuentado por gente de la zona, aunque ahora no por mucha gente… Y es que de acuerdo a las normas restrictivas por la COVID-19, Cati no puede servir a nadie en el interior del local, en el que vemos que tiene seis u ocho mesas, con sillas metálicas, negras, con el asiento tapizado en color vino burdeos, y entre ellas una estufa de butano, «que había comprado para que los clientes estuvieran calentitos durante los meses de invierno, pero como no pueden entrar… Pues aquí estamos –dice resignada–, esperando a que se haga el milagro».

«Las cosas han ido a peor»

El bar de Cati dispone de dos pequeñas terrazas, arrancadas a la zona ORA, con tres mesas en cada una de ellas, lo que equivale a 14 o 16 clientes, «pero como hace frío, y a veces, sobre todo en la parte de Reina Constanza, mucho viento, se sienta poca gente. Y la que para, enseguida se va. Porque, ¿quién se va a sentar en un lugar en el que va a tener frío o que se va a mojar cuando llueve? Por eso ya ve como lo tengo, casi vacío, y muchas veces vacío…».

Cati se hizo con el bar en abril de 2018. «Funcionaba con una clientela de esta zona. Bocadillos –ese día tenía, en plan de oferta, bocata con calamar y pollo–, cafés, cervezas… No me podía quejar. Pero llegó la pandemia y todo cambió. Aparte de que este año, como todo el mundo, tuve que cerrar desde marzo a finales de mayo, y al abrir ya no fue lo mismo. Y a medida que ha ido pasando el tiempo, las cosas han ido empeorando, hasta hoy. Y con el mal tiempo que va a hacer durante el invierno, irá a peor. Porque ¿quién se quiere sentar afuera, en la calle…? La verdad es que tengo el bar abierto, pero las ganancias son cero. Y no dejes que entre nadie, porque enseguida pasa la policía y te echa la bronca. Por eso, sintiéndolo mucho, no dejo entrar a nadie. ¿Que qué pasará…? No lo sé. Mientras los políticos no den con la tecla adecuada… No sé, pero me parece que las cosas irán a peor. Me parece muy bien que tengamos que llevar mascarilla, que mantengamos las distancias, que nos lavemos las manos, que no entre la gente en los bares y restaurantes… Pero vas luego a las grandes superficies y ves que muchas de esas obligaciones que tenemos no las cumplen todos. ¿Por qué en unos sitios se permiten y en otros no?».

Y luego están los gastos...

Esa es una pregunta que nos hacemos todos. ¿Por qué se criminaliza tanto a la restauración, espectáculos y ocio nocturno, y en cambio se mira hacia otro lado en según qué lugares…?

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«Mientras tanto, debo de seguir pagando el alquiler del local, el IBI, la basura, la luz, el agua, los impuestos, la gestoría, el IVA… Y he de pagar, porque sino, te lo vuelven a cobrar, pero con recargos. Y hay días en los que solo gano 40 euros, y 150, cuando más, que no es muy a menudo. No sé que haré… Pero si veo que no hago más que enterrar dinero, cierro el bar. Porque lo que es recibir ayudas y facilidades, ninguna».

Para colmo de males, Cati, antes de la pandemia, estaba en contacto con diversos centros de la Tercera Edad, a los que servía meriendas, «sobre todo cuando jugaban al bingo social. Me las encargaban desde allí… Pero con la pandemia han cerrado todos esos centros y yo me he quedado sin trabajo…».

Mirar al cielo cada día

Aparte del bar, Cati tiene un horno-panadería a dos pasos de Son Gotleu. «También va muy mal. Mis clientes de toda la vida, o se han ido o ya no están vivos, y los que han llegado, la mayoría inmigrantes, no suelen venir a comprar. Así que… Mal».

Mientras tanto, Cati aguanta el tipo. Sigue haciendo gala de una amabilidad difícil de encontrar en tiempos hostiles como los que vivimos desde hace meses, en que una pandemia feroz está terminando con muchos puestos de trabajo y vidas.

Seguramente lo primero que haga cada día Cati cuando se levanta sea mirar hacia el cielo; mirar, sobre todo, cómo viene, si azul, o gris plomizo. Y mirará también los árboles de su calle por ver si las ramas se mueven o no. Porque de esos indicios intuirá si habrá mucho o poco trabajo ese día. Y es que no hay más. Salvo lo que está a la vista, no hay más. Ni siquiera se pueden hacer planes... ¿Para qué?

A Cati le permiten tener dos terracitas en zona ORA, pero el frío, el viento y la lluvia se encargan de que poca gente se detenga a ambos lados a tomarse algo. De ahí su aspecto tan desolador.