Martí Mascaró ofreció toda clase de detalles acerca del cuidado de las abejas y la producción de miel sostenible. | Lydia E. Larrey

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Es dulce, sabrosa y natural. La miel probablemente sea el edulcorante de uso más extendido en el mundo, su proceso de elaboración quizás no es tan conocido. Ello hace que sea especialmente interesante la propuesta de apiturismo de Martí Mascaró, apicultor ecológico responsable de la multipremiada Mel Caramel, de introducir a todo el que lo desee en el apasionante universo de producción artesanal de miel.

De la mano de Amb les mans Mallorca, ha ofrecido la primera visita a su colmenar en Son Alzines (Escorca), un entorno de montaña abundante en olivos, encinas, brezo y algarrobos. Un lugar idílico en todos los aspectos, y lo más importante, alejado de cultivos ‘industriales’ y de la contaminación, requisito indispensable para Mascaró, partidario de una producción ecológica y sostenible.

La experiencia comienza desde el mismo momento en que los asistentes a la actividad se pertrechan con el traje protector con el que evitar las siempre temidas picaduras de las abejas: un mono sobre el que, a su vez, se coloca un buzo que integra un sombrero de ala ancha con un área de tul para permitir la visibilidad.

Precauciones

Sin más instrucciones que procurar no hablar demasiado alto, evitar hacer aspavientos o movimientos bruscos y no tocarse la cara (para no exponerse a una picadura a través del tul que protege el rostro), con excitación y no sin cierto nerviosismo ante ese ‘bautismo de abejas’, la expedición comienza a escasos metros del colmenar donde, como cualquier día de labor, Martí Mascaró prepara el ahumador con el que, mediante una treta, los apicultores evitan que las abejas les claven su aguijón. El humo hace reaccionar a las abejas como ante un incendio: primero las del exterior avisan a las del interior del peligro y, en previsión de que tengan que acabar abandonando la colmena, se entretienen aprovisionándose de la miel que necesitarían en la búsqueda de un nuevo ‘hogar’. De este modo, los apicultores consiguen reducir los vuelos y la tendencia a picar del insecto durante sus tareas de mantenimiento y extracción de la miel.

En seguida se puede observar la frenética labor de las miles de abejas bajo la cubierta superior de la colmena, «que puede albergar 60.000 ejemplares en primavera», señala Martí Mascaró mientras extrae los paneles de cría para acercarlos a los participantes con el objeto de que los observen de cerca, distinguiendo a zánganos y los quehaceres de las abejas obreras: tareas de construcción, alimentación de las crías o almacenamiento del néctar que acabará por convertirse en miel, golosina que a más de un participante animó a deshacerse de los guantes para poder catarlo. Una experiencia que a nadie dejó indiferente y se repetirá los días 5 y 8 de diciembre.