Cada cual baila solo con su pareja y todos con mascarilla. | Teresa Ayuga

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El primer grupo acaba de empezar. Apenas llevan ocho horas de clases desde septiembre. Son cuatro parejas que intentan aprenderse los primeros pasos básicos del swing guiados por Basilio González y su mujer, Ana, responsables de la academia Tándem Club, la única oficialmente como tal, «aunque hay tres o cuatro locales en los que se practica», apunta Basilio. Después, ocuparán el gran salón del local ocho parejas, más curtidas en el swing. En total, 150 personas acuden cada semana a la academia. Sus edades oscilan entre los 35 y los 50 años.

Se han trasladado a los años 20 en su vestuario. Ellos acuden con traje, pantalón de talle alto, tirantes, pajaritas o corbatas. Ellas, con vestidos cortos, otros más largos, negros, rojos o con flecos. «Es el baile de los años 20 de los negros. Estados Unidos estaba en crisis y había pocos medios, pero la gente se arreglaba», señala Basilio. Estos alumnos llevan casi dos años bailando en la academia, algunos, un poco más. Como Jordi (con pantalón y chaleco negros). Trabaja en un barco en Port Adriano. «Lo que más valoro es que desconecto de todo, es una vía de escape y es divertido. Hay un ambiente muy sano.

Para bailar hay que tener ganas. Luego, se coge el ritmo», afirma. Antes de la pandemia el baile incluía cambios de parejas, actuaciones en distintos lugares de Palma y vida social con el grupo. «Antes bailábamos con todo el mundo. Eso se terminó. Ahora se acude en pareja. No hay cambios entre ellos. Ellos bailan lindy hop, que es uno de los bailes de swing. Tiene seis o siete pasos básicos y otras tantas figuras por cada paso. No se trata de una coreografía, es algo improvisado. Se dirige con las manos y hay que hacerlo bien», afirma Basilio, que lleva 20 años enseñando baile y casi siete haciéndolo en Palma.

María, funcionaria, comparte con Jordi la desconexión que le produce bailar esta música, al igual que José y Mery. «Después de una jornada de trabajo, es muy bueno. No es tan fácil como puede parecer», señala María. Su pareja de baile es Ricard, policía. «A mí me ha ayudado mucho. Te ríes, te equivocas… todo es positivo. También hago buceo, bicicleta, corro por la montaña...».

Maite es la pareja de baile de Luis. Ella acude con un vestido negro corto y unos llamativos zapatos rojos. Él, de negro, camisa blanca y tirantes. «La verdad es que vi bailar swing en la calle y vine a probar», afirma Maite. «Lo más complicado es conectar con la pareja de baile», añade Luis entre risas. Laura ha llegado con un peinado años 20. Le acompaña Marc. «Si te equivocas, ni se nota, siempre puedes improvisar». Decimos adiós a la clase, que continúa a un ritmo lleno de historia.