Carlos Prieto, con la bandera de UH, en Uruhu peak, el techo de África.

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Uno de los atractivos de la ascensión al Kilimanjaro es que no precisa conocimientos técnicos en montañismo para hacer cumbre. La subida puede aproximarse más a una actividad de marcha que a una ascensión alpina, pero esto no significa que sea sencillo ni cómodo. La montaña más alta de África es la cuarta más exigente del mundo desde el punto de vista de su desnivel, sólo superada por el Everest (Nepal), Aconcagua (Argentina) y McKinley (Alaska). Además, encabeza cada año el ranking de abandonos. El desnivel desde la base se acerca a los cinco mil metros y requiere de una gran preparación física y mental. Por ello se divide el ascenso en cuatro o cinco días para subir una media de 1.000 metros cada jornada.

Con ese objetivo, Gabriel Cuadrado, Enrique del Toro y quien firma esta crónica, tres montañeros mallorquines veteranos pero animosos, partimos rumbo a Tanzania. Al Kilimanjaro no se puede acceder fuera de las rutas establecidas; las más habituales son Lemosho, Machame (o ruta del whisky) y Marangu (o ruta de la Coca Cola). Las dos primeras requieren más días y tienen a su favor el menor desnivel diario. Marangu, la elegida por nosotros, es más corta pero requiere buena forma física y es la que tiene más baja tasa de éxito porque exige realizar aclimatación previa.

Al Kilimanjaro tampoco se puede acceder por libre, hay que contratar una agencia local. En Moshi, la ciudad desde la que se ataca el monte, nos decantamos por la veterana Matata Tours, que nos dejó en manos de Melquiades, el guía, y de sus porteadores. El peso que cada porteador puede cargar está definido y nuestra expedición terminó moviendo un equipo de apoyo mínimo de 13 personas para una expedición espartana.

Iniciamos el ascenso junto al cartel de Marangu Gate, que anuncia las distancias hacia los diferentes destinos. Para la cumbre faltan 34 exigentes y empinados kilómetros. Pero la meta del primer día es Mandara, la etapa más suave.

De Mandara a Horombo, la siguiente parada, superamos la barrera de los tres mil metros, que es como una frontera invisible, pero que supone un cambio radical en la vegetación. Pasamos de los 2.720 a los 3.720 exactamente. No es aconsejable subir tantos metros, pero es lo habitual atacando el Kilimanjaro. A los tres kilómetros de abandonar Mandara el cambio en la vegetación es muy perceptible. Repentinamente se acaban los árboles y se entra en la zona alpina. Empiezan a aparecer varias especies gigantes endémicas del Kili, entre las que destaca la legendaria y espectacular Dendrosenecio Kilimanjari. La ruta se hizo larga y cansada, son más de 12 exigentes kilómetros. Por eso, fue un alivio ver aparecer a lo lejos las cabañas de Horombo Hut. Hacía mucho frío cuando llegamos, por lo que nos cobijamos en la cabaña correspondiente, deshizimos los petates y esperamos la cena con las omnipresentes «gachas de Melquiades», que bautizan así en honor del guía. Son altamente calóricas, y de sabor poco agradable.

Aclimatación

Planeamos dormir dos noches en Horombo para favorecer la aclimatación. En el comedor, cenamos con un matrimonio con pinta de buenos deportistas. Eran Steffan, alemán, y Cristina, española, que hicieron su jornada de aclimatación y estaban impacientes por proseguir al día siguiente para hacer cumbre. Despertaron nuestra envidia, y de buena gana nos habríamos ido con ellos, pero sabíamos que ese es el error habitual que provoca el abandono de un elevado porcentaje de montañeros. Al salir del comedor la humedad era altísima porque las nubes habían engullido el campamento cubriéndolo de una niebla londinense. No había agua corriente y llevábamos tres días sin ducharnos. Ni ganas, menudo frío. Cepillo de dientes y al saco.

Pasamos el día de aclimatación haraganeando por el campamento casi desierto, con la compañía del personal de mantenimiento y algún otro viajero cuya ventana de aclimatación coincidía con la nuestras. Aprovechamos para fotografiar las «ambulancias del Kilimanjaro», una suerte de camillas con dos grandes ruedas dotadas de unos primitivos amortiguadores. Solo de mirarlas los tres mallorquines sentimos auténtico pavor a tener que utilizarlas. Cenzual dijo que preferiría bajar cojo y ciego a tener que ser transportado en semejante artilugio. Todo esto sin olvidar en ningún momento la necesidad de ser económicos en los esfuerzos porque cualquier trabajo genera una enorme fatiga. Era 14 de febrero y se había corrido la voz entre los extranjeros de Horombo de que alguien había conseguido cobertura. Así que, móvil en mano, nos lanzamos a buscar señal como protagonistas de un sketch de ‘El Casta'. Toda la ruta Marangu tiene cobertura de los operadores africanos y no es raro ver a algún porteador hablando por el móvil en medio del camino.

La etapa más dura

A primera hora de la tarde comenzaron a llegar montañeros que habían hecho cumbre. Desde la cima se desciende directamente hasta Horombo, al segundo campo, para perder mayor altitud y evitar riesgos. Es la etapa más dura de todo el recorrido y la mayoría de las caras eran de cansancio extremo. Todos los comentarios coinciden en la dureza de la ascensión y contrastan con lo que habíamos oído. El Kilimanjaro tiene fama de ser una ascensión fácil y esto no es cierto. Si alguien duda del rigor de la ascensión a Uruhu, la cumbre, que consulte las redes sociales de Garbiñe Muguruza. Algunos montañeros de altísimo nivel han afirmado que el Kilimanjaro es sencillo, lo que ha llevado a la falsa creencia de que es objetivamente fácil, obviando que lo que es factible para Oiarzabal o Viesturs no está al acceso de muchos mortales.

De Horombo a Kibo la vegetación va desapareciendo progresivamente y se entra de lleno en lo que se conoce como desierto alpino. Por eso, tropezamos al poco de iniciar la ascensión con porteadores de distintas expediciones llenando cantimploras junto a un expeditivo cartel anunciando last point water. Melquiades, el guía, no se separaba de nosotros. Hasta ese día había subido siempre manteniéndonos a su vista pero charlando con algún porteador. Vigilaba atentamente la respuesta a la altura. Poco después vimos venir a Cristina y Steffan. Lo habían pasado mal. Cristina había sufrido la altitud en forma de frecuentes vómitos durante el ascenso y Steffan insistía en la necesidad de vaciar por completo el aparato digestivo. Al llegar a Kibo Hut tuvimos síntomas leves de altitud: dolor de cabeza, taquicardia, cansancio al menor esfuerzo. Estábamos al nivel de la cumbre del Mont Blanc y hacía mucho frío. Nos metimos rápidamente en el saco después de hacer un montón de mediciones con el oxímetro, que se convrtió en compañero habitual, y que llegó a dar un 70 % de raquítico porcentaje de oxígeno para Quique.

Dormir a esta altura es complicado, tampoco puedes recurrir a la lectura porque mirar la pantalla del ebook produce un tremendo pero pasajero dolor de cabeza. La noche se hacía larga, aunque realmente es breve, como todas las vísperas de cumbre. Se hace así para llegar a la cima pronto y bajar cuanto antes evitando riesgos de empeoramiento climático. El frío no impidió seguir el consejo de Steffan y antes de iniciar la marcha retorcimos nuestros aparatos digestivos hasta vaciarlos completamente.

El día de cima fue durísimo. En la primera parte, que es empinada y exigente, alcanzamos varias expediciones que habían madrugado más y que tenían algún integrante muy castigado por la altura. La primera que superamos la formaban dos coreanos que eran la viva imagen del sufrimiento. Aún de noche, alcanzamos a un grupo de suizos cuya única integrante femenina lo estaba pasando fatal porque tenía que apartarse continuamente del camino por problemas digestivos y no había manera de tener una mínima intimidad. La arista cimera nos recibió con un clima de perros. Hasta entonces hizo buen tiempo. Pero ese día encontramos toda la cresta azotada por una tormenta de nieve.

Para llegar a Uruhu Peak, el punto más alto del Kilimanjaro, hay que recorrer toda la cima desde Gilmant Point. A veces las condiciones son tan hostiles que usualmente el parque da diploma de haber coronado con solo llegar a Gilmant para evitar que los montañeros corran riesgos. A nosotros nos tocaron condiciones adversas. En la arista, el guía avisó de que a partir de Gilmant el trayecto hasta la cima era de arriesgada hora y media. Solo nos acompañaban Melquiades y Jeremías. El resto de los porteadores se quedó en Kibo porque no tenían la vestimenta adecuada para las condiciones de la cima, que está a unos helados 18 grados bajo cero y con una sensación térmica de menos 30. Después de atravesar zonas expuestas sin crampones ni encordamiento, que en Europa resultarían impensables, llegamos al punto más alto de África. Casi no había visibilidad, pero la ventisca y la niebla daban 15 segundos de tregua que permiten ver el glaciar más famoso de la literatura, un espectáculo breve pero intenso. Hicimos la foto para Ultima Hora en la que se aprecian las caras desencajadas por el frío y salimos pitando para abajo. El retorno por la cresta fue la hora y media más fríade mi vida. Quique tuvo principio de congelación en los dedos que resolvió con unas pastillas generadoras de calor químico. La bajada fue durísima. Muy empinada y técnica. En Kibo hicimos una breve siesta y seguimos hacia Horombo. A partir de ahí las etapas de descenso son maratonianas, junto a la espectacular naturaleza africana.