En ella viven unas cincuenta personas, todas sin un trabajo que les permita alquilar una habitación. | Click

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El parque Pocoyó –llamado también Parc dels Ceibos–, está al final de las Avenidas de Palma, cerca del viejo edificio de Gesa, en el que viven un buen número de ‘sintecho', personas sin trabajo y sin recursos.

Hace unos días, a través de la red, nos llegaron imágenes de él, con el comentario: «Aquí ha resurgido Son Banya, jeringuillas por todas partes, peleas y mucha mierda», añadiendo que «estos son los bajos del parque, que teóricamente son locales del Ajuntament. Estamos cansados de denunciarlo. En plena pandemia, esta gente se lavaba los dientes en medio de la calle».

Pues, como os digo, nos acercamos al citado parque. Nos llamó la atención, al entrar donde están las chabolas, ver lo limpio que estaba. Sí, ya que en cualquier parque de Palma puede haber más suciedad que ahí. Es más, apenas había gente. «Y no la hay –nos dijo uno de los pocos habitantes que encontramos–, porque han ido a buscar trabajo».

Al explicarle los motivos de nuestra visita, contestó «que estoy de acuerdo con los vecinos que se quejan de que estemos aquí. Pero es que nosotros, los que vivimos aquí, somos los primeros que no viviríamos. Porque, ¿sabe?, vivimos aquí porque no tenemos trabajo, ni posibilidad de encontrarlo, ni tampoco dinero para alquilar la habitación más barata. Por eso, estamos aquí. Eso sí, procuramos que haya orden. ¿Que alguno se desmadra? Hablamos con él y le decimos que se calme».

Pablo Luis, que es de Granada, es uno de los habitantes del Pocoyó. «Vivo aquí porque no tengo trabajo, ni dinero. Es lo que les pasa a las 48 o 50 personas que vivimos aquí». Pablo Luis niega que en el poblado haya jeringuillas «y, si las hay, es fuera, y son de gente de la ciudad que viene a pincharse. No es gente nuestra. ¡Si no tenemos dinero...! Y si vienen aquí –añade–, es porque desde hace veinte años este es uno de los puntos negros de Palma, como lo ha sido hasta hace no mucho ese edificio grande de ahí cerca –al de Gesa, se refiere–, a donde, hasta que lo cerraron, iba la gente a chutarse».

Al lado de las chabolas hay unas dependencias que utilizan los servicios de Parques y Jardines, y nadie de los que está allí, con los que hablamos, tiene quejas de quienes viven en las casetas. Todo lo contrario: procuran mantenerlo limpio y en orden.

«Todo esto se solucionaría –añade Pablo Luis– si el Ajuntament abriera todas las casas cerradas que tiene y nos las cediera, aunque sea pagando una pequeña cantidad».

En el centro del subterráneo, en una casa de madera que se ha construido ella con ayuda de otros «vecinos» vive Marta, nicaragüense. «Estuve trabajando cuidando a una niña, por lo que me pagaban en negro 800, pero cuando llegó la pandemia, me quedé sin trabajo, y como tampoco tenía dinero para alquilar un cuarto, me vine aquí, donde me recibieron muy bien. Y aquí sigo, intentando encontrar trabajo, lo cual no es fácil y más para una inmigrante sin papeles».

¡Ah!, de no ser por Cruz Roja y Médicos del Mundo, no tendría ni agua ni nada que comer.