Marc Gili y Esther Romero viven en Callao (Perú) como familia misionera por el Camino Neocatecumenal.

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La pandemia de la COVID-19 se está propagando por todo el mundo. No conoce fronteras, pero su efecto será muy diferente en un país desarrollado, con un sistema sanitario moderno y competente, que en una nación pobre donde faltan las más elementales infraestructuras de salud. Muchos de los 90 misioneros mallorquines que en estos momentos están desperdigados por los cinco continentes se encuentran en este tipo de países donde la enfermedad puede causar estragos. Sigamos su rastro para conocer su situación.

Perú. La pandemia está haciendo efecto en Perú especialmente por la precariedad del sector salud. El primer objetivo es contener el avance de la enfermedad y se han tomado medidas como el confinamiento y bonos económicos para hogares vulnerables. Pero esas medidas dejan fuera a los que sobreviven en al economía sumergida. Margalida Colmillo, hermana de la Caridad de San Vicente de Paúl, está respondiendo con acciones concretas como apoyo emocional y espiritual a personas y grupos por medios como Whatsapp, Facebook, teléfono, compartiendo alimentos con inmigrantes, indigentes y familias de las que se conoce la vulnerabilidad.

Marc Gili y Esther Romero viven en Callao desde hace algunos años, como familia misionera enviada por el Camino Neocatecumenal. Como todos están confinados en casa desde hace más de 20 días, únicamente Marc sale cuando es imprescindible para comprar alimentos o productos de higiene. Les impresiona la presencia del Ejército y tanques por las calles, mientras sus seis hijos se aprestan a hacer las tareas que envían desde la escuela y un poco de ejercicio físico para mantenerse en forma. Al estado de emergencia del país se le suma el estado de sitio decretado desde hace días. A partir de las 20.00 horas, la policía detiene todo aquel que esté en la calle sin motivo.

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Honduras. Las Hermanas de la Caridad atienden una casa en San Pedro Sula, considerada la «ciudad más peligrosa del mundo». El confinamiento comenzó el 15 de marzo y, aunque la cifra de casos no es elevada, en un país con un sistema sanitario colapsado de por sí cualquier pequeño número de contagiados es fatal. La situación política no ayuda: corrupción con la recepción de ayudas, una economía basada en el día a día (el 70 % de hondureños viven de lo que ganan cada día), lo que hace que mucha gente necesite ya de una ayuda para los alimentos, y en eso están con la ayuda de los padres paúles, acercando una bolsa de víveres para las familias necesitadas. Francisca, Isabel, Idin y María son las religiosas destinadas allí.

Camerún. Victoria Braquehais, religiosa de la Pureza, lleva desde 2009 trabajando en Camerún, y es testigo de excepción de la llegada del coronavirus a África. Actualmente, la pandemia es una realidad todavía incipiente, pero avanza. De los 55 países africanos, ya hay 39 países afectados y crecen los casos día a día. Por este motivo, el 17 de marzo se decretó el cierre de fronteras, de colegios, el control de flujo de personas y el aumento de las medidas de higiene. Las religiosas de la Pureza regentan una escuela infantil-primaria con 182 niñas y niños pigmeos y bantúes. Han abandonado las aulas y como no hay electricidad, ni ordenadores, ni libros de texto, ni plataformas educativas, se han ido a casa de los padres, de los abuelos o de algún familiar. «Allí ayudarán a cultivar el campo, jugarán en el río, irán a cazar o pescar... algunos es posible que no vuelvan a la escuela», afirma la religiosa. Al día siguiente del anuncio de las medidas, los precios se duplicaron e incluso triplicar, aunque ahora, gracias a la intervención del Gobierno, las cosas van volviendo a la normalidad: «Si puedes comer cada día –en un mundo en el que 824 millones de personas pasan hambre– eres todo un afortunado. Y si puedes beber agua potable, ¡eres millonario! No tener papel higiénico aquí no es un gran problema, para eso están las hojas de los árboles», bromea sor Victoria. Otras medidas son más difíciles como, por ejemplo, lavarse frecuentemente las manos con agua y jabón, porque según Naciones Unidas, el 63 % de la población no tiene acceso a agua ni jabón, que allí es un lujo. «Apenas hay hospitales y centros de salud, faltan muchos profesionales y todo tipo de medios. En el hospital de Ngovayang, donde yo vivo, no hay médico y muchas veces no se puede conseguir ni un paracetamol. Imposible pensar en batas o mascarillas, ¡ni soñarlo! Sin electricidad tampoco se podría dar oxígeno... y no quedaría de otra que batallar y esperar resultados, en una lucha cuerpo a cuerpo».

Burundi. Jaume Obrador relata su experiencia allí: «Hemos vivido otras crisis y tratamos de adecuar nuestra experiencia a las previsibles necesidades de la gente de Rabiro ante un posible confinamiento (judías, arroz, velas, cerillas, formas y vino para la misa) o la llegada del virus (mascarillas, guantes, termómetros, jabón, lejía, cubos). En Burundi, ¿cómo distinguir entre malaria, gripe y coronavirus?». El 31 de marzo, el ministro de Sanidad anunció los dos primeros casos en el país.