Leo Harlem, este viernes en el cine Rívoli durante la presentación del FesJajá 2019. | Jaume Morey

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Leo Harlem (Matarrosa del Sil, León, 1962) se llama en realidad Leonardo González Feliz. Gracioso aunque no lo pretenda, llenó el miércoles y el jueves el Trui Teatre con su espectáculo Deja que te cuente y este viernes estuvo apoyando la presentación del FesJajá 2019.

¿Alguien le llama Leonardo?
—Sí, mucha gente que me conoce desde siempre y mi familia me llama Nardi, que es como un diminutivo.

¿Le salen las historias con facilidad?
—No me cuestan mucho porque con la cantidad de tonterías que hay en este mundo que nos ha tocado vivir se puede sacar mucha punta. Sobre todo la tecnología da mucho juego y también los deportes nuevos que salen. Antes se jugaba al fútbol se salía en bici, corrías o nadabas. Ahora hay un parapente nuevo, otro que saltas desde una roca...si no existe te lo inventas como lanzar bombona de butano desde un Land Rover y abajo te espera un tío con una piragua.

¿Aún no tiene WhatsApp?
—No, ni lo tendré. Llevo un Nokia de esos de teclas de toda la vida. Estoy en contra de la tiranía de los putos móviles.

Dígame un ejemplo que demuestre que no vamos bien.
—Pues fíjese que el niño llega al colegio con el móvil y el padre va al trabajo en patinete. Así la cosa no funciona.

¿Lo que más le gusta en el mundo son los callos?
—Me gusta sobre todo la comida tradicional, lo que se lleva comiendo en un lugar durante años y años porque es señal de calidad y de que está muy bueno. No tengo nada en contra de lo moderno, pero no es mi estilo, prefiero ese local de barrio donde trabaja toda la familia.

Veo que lleva reloj.
—Sí, pero en la mano izquierda. Los callos me los como con la derecha, así no corro el riesgo de perderlo nadando en ellos. (Harlem hace referencia a un célebre monólogo suyo en el que afirma: «He perdido relojes metiendo el brazo hasta el codo mojando pan en los callos»).

Ha reconocido que durante este tiempo ha engordado mucho. ¿También la cuenta corriente?
—Claro. Si no, no trabajaría. Es cierto que he ganado peso porque el problema es que como muchos días fuera de casa. Te invitan a un sitio, te dicen que tienes que probar esto, que además suele estar cojonudo, y ese desorden hace que tomes alguna cerveza o alguna copa de vino más y si tienes un espectáculo y a las 12 de la noche te comen un lechazo pues eso el cuerpo lo acusa. Pero me estoy cuidando porque ese sobrepeso me ha fastidiado la espalda.

Ha hecho también sus ‘pinitos’ en el cine.
—Sí, y me gusta mucho aunque es muy duro porque son jornadas de 12 ó 14 horas de trabajo. Yo estoy acostumbrado a salir a un teatro, me tiro al agua y en dos horas está todo solucionado.

¿Por qué no habla de política?
—Porque como ciudadano me cansa y entonces lo haría sin ilusión y no me saldría bien. Además, crearía fricción y no hay ninguna necesidad. Bastante crispada está ya la situación. Bastantes problemas tiene la gente para que tengan que aguantar que les hablen de política. Yo concibo el humor como entretenimiento y una válvula de escape para olvidar durante un par de horas los problemas.

Usted nació profesionalmente en los bares.
—Sí, y sigo yendo a ellos, sobre todo a las tascas de toda la vida.

¿Qué tal se porta la gente cuando le reconoce?
—El 99 por ciento estupendamente, además tanto gente joven como mayor. La ventaja que tengo es que casi siempre voy a los mismos lugares y los parroquianos ya me conocen. De todas formas, a partir de la 1 de la madrugada hay alguno que ya va ‘calentito’ y se pone un poco pesado y me empieza a contar chistes para que los meta en mis espectáculos y al tercero ya le digo que pare.

¿Ha venido mucho a Mallorca?
—Conozco un poco la Isla, pero en las últimas ocasiones he venido por trabajo y no he tenido tiempo de profundizar. Pero me encanta porque yo soy un enamorado de todas las islas. He descubierto El Hierro y es una maravilla.

Hace pocas giras. ¿Cada vez le cuesta más salir?
—Al principio tienes que salir y hacer giras porque este trabajo es así pero ahora busco más el confort, el dormir siempre que pueda en mi cama.

Por cierto, ¿de dónde viene su nombre artístico?
—Yo empecé en un bar de Valladolid que se llamaba Harlem y era Leo el del Harlem. Meter un nombre americano funciona, como le pasa a Enrique San Francisco o El Gran Wyoming.