Bauchi y Hassel, en la zona de esparcimiento de Son Coll, la finca mallorquina de Boris Becker. | Click

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Hemos vuelto a Son Coll, la finca de Becker, ‘okupada’ por tres alemanes, Bauchi, Hassel y Steffi. ‘Okupada’ y cuidada por ellos, pues de no haber estado ahí, hubiera desaparecido bajo la floresta que la rodea.

¿Qué por qué hemos vuelto? Lo hemos hecho por dos razones. Porque ya hace un año que la ‘okupan’ y quisieron celebrar el aniversario con nosotros, y también para mostrarnos lo que habían hecho en ella durante el tiempo que llevan allí, lo cual hizo que nos mostraran otros lugares de la finca que desconocíamos, como la pista de tenis y de baloncesto –una al lado de otra, ambas de cemento–, el pequeño anfiteatro al aire libre, donde el tenista quería instalar una pantalla gigante para ver conciertos y películas en las noches de verano, y el poblado –seguramente las casas de los empleados cuando la finca era agrícola–, que está a la derecha de la entrada, detrás de unos árboles que impiden verlo cuando llegas.

Hasta wifi tienen

Sin prisas, Bauchi y Hassel, que se ha teñido el pelo de rojo, nos van mostrando esa parte desconocida para nosotros. Sobre una pequeña loma, desde la que se divisan las pistas, nos encontramos con una ducha colgada de la rama de un árbol con una manguera que la une a un recipiente. A pocos metros vemos un cobertizo hecho de varillas metálicas y cubierto por una lona de plástico blanco; debajo de él, un camping-gas conectado a una cocina. Delante del cobertizo, una mesa con dos sillas, y en la parte posterior, una cama con cuatro cojines. Más bucólico e idílico no puede ser el lugar. «Aquí comemos, tomamos el sol, charlamos…» Sí, claro. Es evidente…

Descendiendo la loma y atravesando el camino que comunica la entrada con la casa solariega, habitada por Bauchi, llegamos a lo que llaman el poblado, formado por dos o tres casas de piedra, cubiertas de tejas, con puertas y ventanas mallorquinas.

El interior de las viviendas te sorprende, sobre todo por el buen estado en que están y lo bien acondicionadas: cocina, comedor, dormitorios con mosquiteros en las camas, baños con ducha (realmente es una regadera colgada de la pared), wifi que les llega a través de un router atado a un palo de unos tres metros de altura... De ellas, dos están habitadas. Una por una joven pareja con su hijo, y la otra por una joven, cuyo marido está trabajando en Alemania, y que pide no salir en las fotos. Se dedica a las ventas por internet y está haciendo sus pinitos en pintura.

Embajador de Terraria

La pareja, formada por un alemán-tailandés y una alemana, se conoció trabajando en una pizzería de la calle del Jamón. Por una serie de circunstancias –entre ellas la carestía de los alquiler de Palma–, tras conocer a Bauchi y hablar con él, aceptaron el trato que les propuso: vivir en el poblado sin pagar ni un céntimo, pero sí dedicar dos o tres horas al día a cultivar unos pequeños huertos que rodean las casas, en los que han plantado lechugas, cebollas, sandías, perejil, etc., con los que se alimentan. «Parece ser que pronto tendremos gallinas», nos dice el chico.

Bauchi, en lo que nos muestra el lugar, nos comenta que para él no existe la República Federal Alemana, y que para él el Estado perfecto es Terraria, Estado inexistente del que se considera embajador. Es más, tiene un pasaporte de dicho país, y la matrícula de su coche llevaba su nombre. Pasa que la Guardia Civil le paró y le multó. Desde entonces, el coche está en el garaje.

Si vuelve Boris, nos vamos

Bauchi, que pinta, escribe y hace tatuajes, nos comenta que allí nadie habla de política y que todos están por la ecología. De hecho han llamado para que pasen a recoger tres barriles de gasóleo que Boris se dejó cuando abandonó la casa, y que utilizaba –el gasóleo– para poner en marcha el generador eléctrico.

«¿Qué pasará si Boris viene y reclama esta propiedad? –Bauchi se adelanta a la pregunta que le queremos hacer–. Pues todo nos iremos y dejaremos que la disfrute».

Por cierto, les acaba de llegar una citación judicial del juzgado de Manacor por delitos leves.