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Actualmente hay excelentes hornos en toda Mallorca en los que procede hincarle el diente a una ensaimada o a la repostería insular tan rica y variada. En Madrid, ahora, solo hay un horno que haga ensaimadas siguiendo nuestras pautas, la Pastelería Formentor, que dirige Alberto Forteza, y eso que la capital de España tuvo una gran tradición ensaimadera en el siglo XIX porque varios mallorquines montaron hornos en el centro de Madrid.
Pongamos en marcha la máquina del tiempo.

En Madrid fue muy popular el Horno del Mallorquín, que en 1833 estaba en pleno centro, en el número 8 la calle Jacometrezo, y en el que sobre todo en tiempo de cuaresma se vendían muchas «empanadas de espinacas al estilo de Mallorca llamadas allí ‘cocorroys’».

Hornos

Allí también vendían sobrasada dulce. Como anécdota, señalar que en el Horno del Mallorquín a los parroquianos se les servía mantecadas para mojar en el chocolate y varios de ellos protestaron porque las mantecadas que servían los mallorquines tenían de todo menos manteca. La propiedad puso un anuncio en el periódico para que supiera la concurrencia que iban a sustituir las mantecadas (casi sin manteca vacuna) de marras por ensaimadas muy mallorquinas con el correspondiente saïm. La sustitución, sin duda, debió producir alborozo…

A mediados del siglo pasado hubo también otras pastelerías mallorquinas en Madrid, como la que estaba en la calle de las Postas, junto a la plaza Mayor. O la de calle de la Abada (1850), cerca del actual El Corte Inglés y de la famosa administración de lotería de Doña Manolita, en la que también tenían «ensaimadas al estilo de Mallorca, grandes y pequeñas» (1845); de hecho, el dueño del negocio era mallorquín. Si se quería uno sentar a mojar la ensaimada en el chocolate podía ir al Café de la Concepción Gerónima (1847), o a la calle Preciados, donde en una tienda que ya era antigua a mediados del siglo XIX tenían ensaimadas calientes por la mañana.

Pero eso no es todo. Parece ser que Madrid atraía también a nuestros confiteros; por ejemplo en 1849 montó lo que debió ser un buen horno «un mallorquín instruido en toda clase de pastas al estilo de Mallorca, capaz de amasar ensaimadas, cocas, corbatas, almohadillas y bizcochos». Este pastelero nuestro de antaño no vendía directamente, sino que servía el producto a varias tiendas que estaban repartidas por el centro matritense: las que estaban en la calle Platería, en la rúa del Carmen y en la plazuela de San Ildefonso.

Hornos

En febrero de 1905 se produjo en Madrid un acontecimiento curioso. Los buñoleros subieron el precio de los buñuelos, cobrando de un día para otro el doble. Los madrileños decidieron dejan de comprar buñuelos e ir a por ensaimadas, lo que da idea de lo abundantes que eran las ensaimadas en Madrid, pero los pasteleros se solidarizaron con los buñoleros y decidieron no amasar ensaimadas…

Ya en Palma, si usted, en vez de estar en 2019 estuviera en 1827, hubiera podido comprar ensaimadas junto al estanco de tabaco que estaba en Cort, allí se despachaban los dulces que hacían las monjas concepcionistas. También lo hubiera podido hacer más abajo, en la plaza de Santa Eulàlia, en la confitería del señor Rosselló (1843), especializada en pan francés y en ensaimadas muy finas.

En 1851 en la mencionada plaza se encontraba la heladería de Mateu Jaume, en la que también se podían tomar ensaimadas con chocolate. Delante del portal segundo de la iglesia de San Nicolás ya funcionaba a mediados del siglo XIX Can Frasquet, donde se cocían toda clase de pasteles, bizcochos (también conocidos como ‘vulgo’) y disponían de ensaimadas calientes a cualquier hora de la mañana.