Cristóbal Entrena, un amigo de Inmaculada.

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EFE-GRANADA
Una veintena de amigos íntimos de Inmaculada Echevarría despidieron ayer a esta mujer con distrofia muscular progresiva que murió tras ser desconectada del respirador artificial que la mantenía con vida, mientras continúa el debate sobre la eutanasia y el derecho a morir en distintos sectores españoles.

No es una de ellas la del arzobispo de Toledo y Cardenal Primado de España, Antonio Cañizares, quien lamentó y rechazó la consumación de lo que consideró una «acción de eutanasia o suicidio asistido». Cañizares señaló que esta muerte es uno de los «hechos dolorosos que estos días nos hacen sufrir a todos y que denotan una situación social en España que debemos superar, si no queremos conducirnos por derroteros de quiebra de humanidad y moral».

El deseo de morir de Echevarría se cumplió el jueves en el Hospital San Juan de Dios, al que fue trasladada horas antes desde el San Rafael -gestionado por la orden religiosa San Juan de Dios-, donde se le retiró el respirador, con lo que acabó su larga y polémica lucha, en la que se han confrontado términos legales, éticos y religiosos.

Mientras una veintena de íntimos amigos despedían a Inmaculada en un tanatorio del cementerio de San José de Granada, las reacciones sobre su muerte se sucedían en cadena y se reabría el debate sobre la eutanasia, a pesar de que la mayoría de las opiniones rechazaban que su caso pudiera achacarse a esta práctica.

Sin embargo, la directora de la Cátedra de Biojurídica y Bioética de la Unesco, María Dolores Vila-Coro, defendió el «derecho» de Inmaculada a rechazar la ventilación mecánica que la mantenía con vida y alegó que lo contrario sería incurrir en una «obstinación terapéutica».

El médico especialista del área de Neumología del Hospital Clínico de Granada, de quien dependía la unidad de ventilación mecánica que mantenía artificialmente con vida a Inmaculada, dijo que es «frecuente» asistir la muerte del paciente, lo que supone «aliviar, no producirla».

El facultativo Germán Sáez dijo que este caso no es excepcional porque es «habitual» que pacientes en proceso terminal e irreversible de su dolencia rechacen el tratamiento, si bien Inmaculada presentaba la particularidad de que «no podía quitarse por ella misma el respirador, sino que dependía de que lo desconectasen terceras personas».