El príncipe Alberto habla por su teléfono móvil mientras conduce por las calles de Mónaco.

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ÀNGEL CALVO/EFE
Pese a un pronóstico vital que sigue siendo «muy reservado», el Palacio monegasco introdujo ayer una nota si no de cierta esperanza, sí al menos de suspense en el avance de la enfermedad de Rainiero hacia un desenlace fatal, al destacar que «las funciones cardíaca, pulmonar y renal, que no dejaban de degradarse, se han estabilizado».

Sin poder en ningún caso hablar de mejoría, los tres médicos que firmaron el parte quisieron corregir a los que decían que Rainiero había entrado en coma al afirmar que «está consciente, pero sedado», aunque admitieron que son esos sedantes los que le permiten «soportar la asistencia respiratoria absolutamente indispensable».

El estado de salud del decano de los jefes de Estado de Europa, con más de 55 años en el poder, estuvo presente en las plegarias de los fieles pero no alteraba en apariencia este domingo de Pascua, uno de los de mayor afluencia de visitantes de todo el año a este minúsculo Estado de dos centenares de hectáreas. Pero muchos visitantes pasaban delante del Centro Cardio-Torácico donde el soberano está ingresado desde el pasado día 7, en su trasiego desde el Palacio y el puerto hacia el casino de Montecarlo. Para los hijos y nietos de Rainiero, que se suceden para estar con él junto a la cama del hospital, se celebró una misa en la capilla del Palacio, cuyas riendas ha tenido que asumir ya de hecho el heredero Alberto, pese a que no se ha activado el mecanismo de traspaso de poderes.

Alberto, a sus 47 años, emerge una vez más en la escena política -en esta ocasión parece ser la última y definitiva- bajo la estela de un padre imponente al que no se ha enfrentado en la gestión del país, dicen sus colaboradores, pero no por falta de ideas propias.